jueves, 13 de agosto de 2009

Fervor mexicanero

En más de una ocasión en este blog se cuestionó la posibilidad de incluir al fútbol como tema de la agenda pública que, aunque sí lo es y si tiene impacto en la psicología social, tampoco es determinante para los asuntos de Estado, sin embargo, tarde que temprano tendría que suceder y helo aquí.

Indiscutiblemente la Selección Mexicana de Fútbol demostró carácter en el terreno de juego y no sólo derrotó a su similar estadounidense en la pizarra, sino que tuvo mayor posesión del balón y mostró una fortaleza física y moral que pocas veces se recuerda.

Pero no se fíe, querido lector, porque es el juego del 12 de agosto en el Estadio Azteca, el pretexto ideal para señalar una aberración social que sólo se pone de manifiesto con los triunfos de la representación mexicana en un deporte tan popular como el fútbol.

Sí, la selección ganó contundentemente y nadie lo cuestiona, también es causa más que justificada para celebrar y poner en lo más alto el orgullo patrio en un tiempo en que la falta de referentes emblemáticos que nos den una inspiración es la constante, y sobre todo en un entorno de crisis en que parece que México es objeto de las siete plagas. Esta victoria es un verdadero respiro al ánimo nacional.

Pero en el festejo está el pecado del mexicano, porque pone de manifiesto su total falta de compromiso con el país, no solo al reproducir la frase de que “ante la victoria nosotros ganamos y ante la derrota ellos (la selección) perdieron”, sino porque exaltamos una serie de valores “patrios” que poco o nada tiene que ver con el patriotismo.

¡Viva México cabrones! Es la consigna que se grita en la Glorieta del Ángel de la Independencia, y en otras plazas importantes del país, en medio de carreras, sonrisas y cervezas, y entonces me pregunto quiénes diablos son los cabrones; según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, el cabrón es un hombre experimentado y astuto que juega malas pasadas, que es molesto, infiel y traficante; pero también es la persona que aguanta cobardemente los agravios de que es objeto. Entonces a quiénes les decimos cabrones.

En el caso de la coyuntura se trataría de los “gringos” y después al resto del mundo, quizá por los agravios de que hemos sido objeto como país, en su época por españoles, ingleses, holandeses, franceses y estadounidenses; y en el mundo moderno por todo lo que significa un desarrollo que es ajeno al nuestro.

Sin embargo, lo más probable es que el mexicanito que lanza esa proclama a los cuatro vientos se trate de un “cabrón” abusivo que no respeta las leyes porque le parecen injustas, no paga impuestos, compra artículos pirata, tira basura en la calle, da mordidas, si tiene auto se pasa los altos y se estaciona en sitios reservados a personas con discapacidad, y quizá hasta haya votado por el PRI porque lo considera un ladrón que “salpica al pueblo”.

Si eso es lo que consideramos patriotismo entonces ni nos viene quejarnos de las amarguras de la patria; no tenemos calidad moral para pedirle al poder público que combata a la delincuencia organizada si somos sus principales clientes, cómo diablos le exigimos honestidad a los gobernantes y políticos si nosotros somos igual de corruptos y siempre tratamos de sacarle ventaja al prójimo –generalmente con astucias mañosas-, cómo nos atrevemos a reclamar obras y servicios de calidad si sólo una minoría sostiene con sus impuestos a una mayoría parasitaria, cómo peleamos nuestros derechos si no somos capaces de cumplir con nuestras obligaciones como mexicanos.

Si los mexicanos fuéramos ciudadanos responsables, no tendríamos que andar temiendo que una turba emocionada por el triunfo de la selección pudiera violar a la Diana Cazadora, sino que cuidaríamos que lo que ya pagamos con los impuestos no fuera dañado en nuestro frenesí futbolero.

El verdadero patriota mexicano cumple con sus obligaciones ciudadanas y tiene toda la dignidad para reclamar su derecho sin que tenga nada que lo haga agachar la cabeza, eso sí es ser mexicano.

Si visualizamos la ciudadanía mexicana, como la membresía a un club exclusivo, comprenderemos que para conservarla tenemos que cumplir con las reglas que se establecen, de otra manera quedamos excluidos, de tal suerte que podamos entender que el mexicanito patriotero que grita desordenadamente y que no cumple con sus leyes y normas, no debería ser llamado mexicano.

Ganemos ese espacio para que seamos un pueblo capaz de exigir a su gobierno honestidad y tengamos el talante para obligar al espacio público a construir, junto con nosotros, el país que queremos.

¡Que viva México! Para los mexicanos.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Ya no nos doren más la píldora


Desde el 11 y hasta el 13 de agosto se discuten, tanto en el Senado de la República como en el Gobierno del Distrito Federal, audiencias públicas para evaluar la crisis económica y proponer soluciones, así como mesas redondas sobre el agotamiento del modelo de desarrollo, respectivamente.

Sin pretender asumirnos como profetas o futurólogos, sí podemos sacar una conclusión anticipada del resultado de ambos ejercicios: dinero gastado en la organización y logística de eventos que no producirán absolutamente nada; diría Carlos Monsiváis: “Como en las telenovelas, pasa de todo para que al final no pase nada”

Y es que partimos de un lastre fundamental que no deja que la economía despegue: la mal entendida política social que crea clientela; si parafraseamos a Lionel Robbins y entendemos a la economía como administración de la escasez tendríamos que pensar, en una construcción ideal del ejercicio de análisis, que se propondría llevar a cabo un programa de reorientación del ejercicio del gasto a áreas verdaderamente prioritarias como la infraestructura, seguridad pública eficiente, desarrollo industrial y subsidios a la educación y la investigación científica y tecnológica; pero no, seguimos pensando en poner a salvo el asistencialismo.

Desde luego que sí es importante ayudar a los pobres, pero dándoles limosnas nunca los sacaremos de limosneros, hay que generar otras alternativas de desarrollo y atreverse a cambiar al país sin andar pensando tanto en los costos políticos, porque con ellos como ancla, nunca podremos superar los rezagos del país.

Si profundizamos en los alcances de lo que se consideran las políticas prioritarias del gobierno mexicano caeremos en la cuenta de que estamos ante una disyuntiva que, irremediablemente, nos conduce a un mal camino porque, o se trata de una estrategia que no asegura el despegue productivo de los segmentos de la población en desigualdad, o simplemente es un plan perverso para mantener un coto de poder basado en la necesidad de la gente, como diría Álvaro Vargas Llosa, en la transferencia de la riqueza desde los pobres a los ricos.

En efecto, las políticas asistenciales en México tienden a organizarse en torno a los indicadores del Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo sin tomar en consideración las peculiaridades socioculturales de las comunidades y las personas, por lo que las implementan bajo los criterios de PIB per cápita, educación y mortalidad, mismos que se pretenden paliar con una suerte de “becas” para quitarse de encima la responsabilidad de ampliar la cobertura y calidad de los servicios sociales existentes generando una dependencia total de los recursos de los programas, sin implementar modelos de responsabilidad social y desarrollo.

Lo anterior se pervierte con el intercambio de favores que crean la clientela política y dejan un esquema de apoyos a núcleos sociales a cambio de apoyo político-electoral, todo al margen de la ley. Ello, aunado a la política de subsidios generalizados que terminan beneficiando más a los segmentos sociales de mayores ingresos, configura un escenario en que los contribuyentes cautivos y los consumidores –de todo nivel social- financien la política asistencial, de la cual, las clases pudientes, también resultan favorecidas –los pobres hacen más ricos a los ricos- sin que se tengan resultados concretos.

Todo este enredo podría solucionarse con la eliminación de la política asistencialista, pero a la clase política le es más rentable mantener con limosnas a votantes cautivos que esperan la “generosa” dádiva del gobierno en turno, que a hacer progresar a una sociedad que después se volvería más crítica y exigente, y que podría cometer la “imperdonable ingratitud” de no votar por ellos, sólo porque cometieron el “inocuo pecadillo” de no ser eficientes.

En un contexto de crisis se tienen que tomar medidas valientes y de gran calado que tienen un costo político, pero que en el mediano plazo pueden enderezar el barco.

El problema es que, como carecemos de estadistas en México y los que hay tienen cerrada la puerta para el ejercicio del poder público, siempre estamos supeditados a la buena de los gobernantes y si estos miden que las dolorosas medidas que se deben tomar para superar los rezagos tienden a restar votos, simplemente dejarán las cosas tal y como están.

Lograr mayor equidad en la distribución de la riqueza implica también una redistribución de las responsabilidades fiscales de todos los mexicanos, porque ha quedado fehacientemente demostrado que la política de exenciones y apoyos hacendarios termina favoreciendo a los mexicanos de mayores ingresos en lugar de aquéllos que verdaderamente lo necesitan.

Hacer que todos los mexicanos, sin excepción, paguen impuestos no es una herejía, antes bien es una obligación del ciudadano para con el Estado por lo que se hace impostergable cerrar la puerta de los privilegios y las exenciones para que el gobierno cuente con los recursos suficientes para financiar el desarrollo y destinar partidas específicas a los mexicanos que en realidad lo necesitan.

En ese sentido hay que comprender que el ejercicio del gasto público para financiar paliativos no estimula la productividad social, por el contrario, incrementa la dependencia y la cultura del mínimo esfuerzo, lo que deja la responsabilidad productiva en una minoría que no se beneficia de los apoyos gubernamentales, por lo que también se hace urgente que la política asistencial venga acompañada de la responsabilidad social del beneficiario, si se le ayuda que también sea solidario; de nada sirve regalar el dinero de los contribuyentes para que no pase nada, se tiene que obligar a los beneficiarios a dar resultados concretos por cada apoyo recibido, sea en productividad, eficiencia, creatividad, rendimiento académico, etcétera, de otra manera estaremos tirando el dinero público a un pozo sin fondo.

La verdadera inversión pública para el desarrollo está en la generación de fuentes de trabajo y no de empleo, en la infraestructura estratégica del país, y en una educación de calidad que cambie la mentalidad de los mexicanos desde la visión del empleado a la del emprendedor, y desde la postura del súbdito a la del ciudadano activo.

Y es que en nuestra América Latina se ha confundido al gobierno con el Estado y después, en su función, porque se tiene la errónea impresión de que el gobierno debe ayudar a la población cuando en realidad su verdadera función es la de administrar los recursos nacionales para asegurar la autoprotección social.

Tenemos que salir de nuestra percepción medieval de la sociedad y romper los diques corporativos de la estructura social real de nuestro país y de América Latina para que, como pueblos, salgamos de la adolescencia, asumamos la responsabilidad que da la madurez social y nos dejemos de estar jugando improvisadamente al Estado y al gobierno.

lunes, 10 de agosto de 2009

La batalla napoleónica por Sonora


Tanto en las guerras como en la política, hay que ser muy cautos en las estrategias, porque un error minúsculo puede significar una gran derrota, y si no me creen, indaguemos sobre la Batalla de Waterloo que hundió para siempre a Napoleón Bonaparte.

Bonaparte se reafirmaba políticamente en Francia y retomaba sus pretensiones imperialistas después de su exilio, lo que le dio un exceso de confianza; la batalla decisiva fue mal abordada por no tomar en consideración la eventualidad de un terreno flojo causado por la lluvia, lo que le resto poder de fuego a la artillería; el Mariscal Michel Ney se confundió con los movimientos de las tropas aliadas y ante la ausencia de Napoleón interpretó una retirada que nunca existió, por lo que expuso a sus hombres a una lluvia de balas que puso a la caballería y a la Guardia Imperial en una desordenada huída; pero lo más importante es que por más poderoso que fuera el ejército francés, no logró el objetivo de dividir al contingente aliado de Wellington y Blücher.

¡Que parecida suena esa batalla a los errores de estrategia del PRI en Sonora! Comparemos los escenarios para comprender el grave error que está cometiendo el priísmo en la impugnación de la elección que favoreció a Guillermo Padrés en la gubernatura.

EL PRI parte de un mal diagnóstico al creer que arrasó al PAN y al PRD y se reposiciona con fuerza a la presidencia de la República en el año 2012, y es que, si bien ahora sí aceitó su maquinaria electoral, la verdad es que el resultado fue bastante mediocre.

En efecto, no ganó el PRI, perdieron el PAN y el PRD porque en los números, el partido de la revolución no alcanzó la mayoría absoluta necesaria para dominar al Congreso y requerirá de un minipartido rémora que venderá muy cara su alianza con el tricolor, el PAN perdió sus bastiones por la imposición de candidatos desde Los Pinos y el CEN porque en el congreso no le fue tan mal como en otras ocasiones.

Así que el PRI viene demasiado confiado a solicitar la anulación del proceso electoral en Sonora.

Por otra parte, el terreno no está para meter artillería pesada, recordemos que el PAN no ganó en Sonora, ganó el voto de castigo al PRI por el negligente e indolente manejo de la tragedia de la Guardería ABC de Hermosillo.

Hacia principios de junio, con todo y los errores del Instituto Electoral en la colocación de spots de televisión, el PRI aventajaba las encuestas para la elección de Gobernador, pero después del 5 de junio y del pésimo manejo judicial primeramente, político y mediático seguidamente, precipitaron la derrota del tricolor el Sonora.

Así pues, pretender imponer en la mesa al PRI en Sonora podría significar un gravísimo error de estrategia política, cuando la ciudadanía repudia al priísmo en ese estado por sus omisiones y peor aún, podría tener un efecto multiplicador en el país que cambiaría la percepción ciudadana de la elección del 5 de julio por la de un “partido gandalla” como diría Germán Martínez.

Pero la parte más grave del error de estrategia del PRI es que con la impugnación, logró lo que ya parecía casi imposible, que el PAN se reagrupara y se uniera en torno a Guillermo Padrés, el proceso de selección interna del presidente de los panistas se ubicaría ahora en un foro interno y colocaría a sus militantes en la ruta de la unidad para sacar adelante la defensa de la gubernatura de Sonora.

Y es que tal pareciera que los intereses creados en torno al gobierno de Sonora durante los gobiernos de corte priísta, ponen al tricolor ante la disyuntiva de verse como un partido gandalla o quedar expuesto a escandalosos manejos políticos y complicidades criminales, de las que se viene hablando, por lo menos, en los últimos 10 años.

En una estrategia maquiavélica, el PAN podría dejar pasar el pleito en tribunales para sacrificar a Padrés y demostrar una vez más en las urnas, que los sonorenses ya no quieren al PRI por corrupto y, aunque el triunfo del PAN sea de rebote, esto le significaría el triunfo político que tanto necesita ahora para colocarse de nuevo en la contienda del 2012.

Así como los primeros gobiernos de lo que hoy es el PRI nacieron en Sonora, ¿El PAN podría sostenerse en Los Pinos en la batalla por Sonora?, ¿Sería Sonora el Waterloo del PRI?