En más de una ocasión en este blog se cuestionó la posibilidad de incluir al fútbol como tema de la agenda pública que, aunque sí lo es y si tiene impacto en la psicología social, tampoco es determinante para los asuntos de Estado, sin embargo, tarde que temprano tendría que suceder y helo aquí.
Indiscutiblemente la Selección Mexicana de Fútbol demostró carácter en el terreno de juego y no sólo derrotó a su similar estadounidense en la pizarra, sino que tuvo mayor posesión del balón y mostró una fortaleza física y moral que pocas veces se recuerda.
Pero no se fíe, querido lector, porque es el juego del 12 de agosto en el Estadio Azteca, el pretexto ideal para señalar una aberración social que sólo se pone de manifiesto con los triunfos de la representación mexicana en un deporte tan popular como el fútbol.
Sí, la selección ganó contundentemente y nadie lo cuestiona, también es causa más que justificada para celebrar y poner en lo más alto el orgullo patrio en un tiempo en que la falta de referentes emblemáticos que nos den una inspiración es la constante, y sobre todo en un entorno de crisis en que parece que México es objeto de las siete plagas. Esta victoria es un verdadero respiro al ánimo nacional.
Pero en el festejo está el pecado del mexicano, porque pone de manifiesto su total falta de compromiso con el país, no solo al reproducir la frase de que “ante la victoria nosotros ganamos y ante la derrota ellos (la selección) perdieron”, sino porque exaltamos una serie de valores “patrios” que poco o nada tiene que ver con el patriotismo.
¡Viva México cabrones! Es la consigna que se grita en la Glorieta del Ángel de la Independencia, y en otras plazas importantes del país, en medio de carreras, sonrisas y cervezas, y entonces me pregunto quiénes diablos son los cabrones; según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, el cabrón es un hombre experimentado y astuto que juega malas pasadas, que es molesto, infiel y traficante; pero también es la persona que aguanta cobardemente los agravios de que es objeto. Entonces a quiénes les decimos cabrones.
En el caso de la coyuntura se trataría de los “gringos” y después al resto del mundo, quizá por los agravios de que hemos sido objeto como país, en su época por españoles, ingleses, holandeses, franceses y estadounidenses; y en el mundo moderno por todo lo que significa un desarrollo que es ajeno al nuestro.
Sin embargo, lo más probable es que el mexicanito que lanza esa proclama a los cuatro vientos se trate de un “cabrón” abusivo que no respeta las leyes porque le parecen injustas, no paga impuestos, compra artículos pirata, tira basura en la calle, da mordidas, si tiene auto se pasa los altos y se estaciona en sitios reservados a personas con discapacidad, y quizá hasta haya votado por el PRI porque lo considera un ladrón que “salpica al pueblo”.
Si eso es lo que consideramos patriotismo entonces ni nos viene quejarnos de las amarguras de la patria; no tenemos calidad moral para pedirle al poder público que combata a la delincuencia organizada si somos sus principales clientes, cómo diablos le exigimos honestidad a los gobernantes y políticos si nosotros somos igual de corruptos y siempre tratamos de sacarle ventaja al prójimo –generalmente con astucias mañosas-, cómo nos atrevemos a reclamar obras y servicios de calidad si sólo una minoría sostiene con sus impuestos a una mayoría parasitaria, cómo peleamos nuestros derechos si no somos capaces de cumplir con nuestras obligaciones como mexicanos.
Si los mexicanos fuéramos ciudadanos responsables, no tendríamos que andar temiendo que una turba emocionada por el triunfo de la selección pudiera violar a la Diana Cazadora, sino que cuidaríamos que lo que ya pagamos con los impuestos no fuera dañado en nuestro frenesí futbolero.
El verdadero patriota mexicano cumple con sus obligaciones ciudadanas y tiene toda la dignidad para reclamar su derecho sin que tenga nada que lo haga agachar la cabeza, eso sí es ser mexicano.
Si visualizamos la ciudadanía mexicana, como la membresía a un club exclusivo, comprenderemos que para conservarla tenemos que cumplir con las reglas que se establecen, de otra manera quedamos excluidos, de tal suerte que podamos entender que el mexicanito patriotero que grita desordenadamente y que no cumple con sus leyes y normas, no debería ser llamado mexicano.
Ganemos ese espacio para que seamos un pueblo capaz de exigir a su gobierno honestidad y tengamos el talante para obligar al espacio público a construir, junto con nosotros, el país que queremos.
¡Que viva México! Para los mexicanos.
Indiscutiblemente la Selección Mexicana de Fútbol demostró carácter en el terreno de juego y no sólo derrotó a su similar estadounidense en la pizarra, sino que tuvo mayor posesión del balón y mostró una fortaleza física y moral que pocas veces se recuerda.
Pero no se fíe, querido lector, porque es el juego del 12 de agosto en el Estadio Azteca, el pretexto ideal para señalar una aberración social que sólo se pone de manifiesto con los triunfos de la representación mexicana en un deporte tan popular como el fútbol.
Sí, la selección ganó contundentemente y nadie lo cuestiona, también es causa más que justificada para celebrar y poner en lo más alto el orgullo patrio en un tiempo en que la falta de referentes emblemáticos que nos den una inspiración es la constante, y sobre todo en un entorno de crisis en que parece que México es objeto de las siete plagas. Esta victoria es un verdadero respiro al ánimo nacional.
Pero en el festejo está el pecado del mexicano, porque pone de manifiesto su total falta de compromiso con el país, no solo al reproducir la frase de que “ante la victoria nosotros ganamos y ante la derrota ellos (la selección) perdieron”, sino porque exaltamos una serie de valores “patrios” que poco o nada tiene que ver con el patriotismo.
¡Viva México cabrones! Es la consigna que se grita en la Glorieta del Ángel de la Independencia, y en otras plazas importantes del país, en medio de carreras, sonrisas y cervezas, y entonces me pregunto quiénes diablos son los cabrones; según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, el cabrón es un hombre experimentado y astuto que juega malas pasadas, que es molesto, infiel y traficante; pero también es la persona que aguanta cobardemente los agravios de que es objeto. Entonces a quiénes les decimos cabrones.
En el caso de la coyuntura se trataría de los “gringos” y después al resto del mundo, quizá por los agravios de que hemos sido objeto como país, en su época por españoles, ingleses, holandeses, franceses y estadounidenses; y en el mundo moderno por todo lo que significa un desarrollo que es ajeno al nuestro.
Sin embargo, lo más probable es que el mexicanito que lanza esa proclama a los cuatro vientos se trate de un “cabrón” abusivo que no respeta las leyes porque le parecen injustas, no paga impuestos, compra artículos pirata, tira basura en la calle, da mordidas, si tiene auto se pasa los altos y se estaciona en sitios reservados a personas con discapacidad, y quizá hasta haya votado por el PRI porque lo considera un ladrón que “salpica al pueblo”.
Si eso es lo que consideramos patriotismo entonces ni nos viene quejarnos de las amarguras de la patria; no tenemos calidad moral para pedirle al poder público que combata a la delincuencia organizada si somos sus principales clientes, cómo diablos le exigimos honestidad a los gobernantes y políticos si nosotros somos igual de corruptos y siempre tratamos de sacarle ventaja al prójimo –generalmente con astucias mañosas-, cómo nos atrevemos a reclamar obras y servicios de calidad si sólo una minoría sostiene con sus impuestos a una mayoría parasitaria, cómo peleamos nuestros derechos si no somos capaces de cumplir con nuestras obligaciones como mexicanos.
Si los mexicanos fuéramos ciudadanos responsables, no tendríamos que andar temiendo que una turba emocionada por el triunfo de la selección pudiera violar a la Diana Cazadora, sino que cuidaríamos que lo que ya pagamos con los impuestos no fuera dañado en nuestro frenesí futbolero.
El verdadero patriota mexicano cumple con sus obligaciones ciudadanas y tiene toda la dignidad para reclamar su derecho sin que tenga nada que lo haga agachar la cabeza, eso sí es ser mexicano.
Si visualizamos la ciudadanía mexicana, como la membresía a un club exclusivo, comprenderemos que para conservarla tenemos que cumplir con las reglas que se establecen, de otra manera quedamos excluidos, de tal suerte que podamos entender que el mexicanito patriotero que grita desordenadamente y que no cumple con sus leyes y normas, no debería ser llamado mexicano.
Ganemos ese espacio para que seamos un pueblo capaz de exigir a su gobierno honestidad y tengamos el talante para obligar al espacio público a construir, junto con nosotros, el país que queremos.
¡Que viva México! Para los mexicanos.