El 20 de enero de 2009 ha de pasar a la historia universal por el significado filosófico que él entraña; hay que admitirlo, en el Imperio ha habido una transformación radical de los paradigmas que exige una altura de miras y una gran capacidad intelectual para comprender los significados emblemáticos de la asunción del miembro de una minoría étnica al gobierno más influyente del planeta.
La ocasión exigía a su protagonista, ponerse al nivel del acontecimiento y su alocución no podía ser ramplona, ni someterse a las coyunturas y el canto de las sirenas, hay que comprender que no todos los días se registran acontecimientos como los que testificamos millones de personas sobre la faz de la tierra.
Barack Obama tiene la precaución de elaborar sus propios discursos para no ser sujeto de los intereses de quienes quisieran escuchar lo que los satisfaga; me parece bien el tinte simbólico, esperanzador e ideológico que el nuevo presidente de los Estados Unidos de América plasmó en su ejercicio retórico.
Sin ser un partidario de Obama, tengo que aceptar que en su disertación recogió lo que le da sentido a la grandeza estadounidense; sin demeritar a uno solo de los ciudadanos americanos, hace al más humilde y al más grande de sus habitantes, sentirse parte de un plan más grande que los tiempos y los intereses individuales y los compromete verdaderamente a trabajar incesantemente por su propio beneficio pero también por el bienestar de su nación.
Pero el capítulo triste de esta historia es que los agentes económicos no reaccionaron a la magnitud simbólica del acontecimiento histórico del que fuimos testigos y se comportaron tan mezquinamente como Santo Tomás, con un estúpido materialismo sólo proporcional a su riqueza económica, no tuvieron la capacidad intelectual de discernir las palabras del nuevo inquilino de la Casa Blanca, y los mercados de capitales se desplomaron.
Afirman que el Presidente Obama fue ambiguo y no mencionó nada sobre la crisis financiera internacional, ni de cómo superarla; si damos una revisada al discurso inaugural del nacido en Hawaii, fácilmente podremos advertir que puso a la crisis financiera mundial en su dimensión exacta y acusó que ésta se debió a “la codicia y la irresponsabilidad de algunos”, afirmó que terminó el periodo de la protección de los “estrechos intereses” del “inmovilismo” y de “aplazar decisiones desagradables”.
Quedó muy claro el postulado de que, ante los problemas que enfrentan los Estados Unidos y el mundo, hay la capacidad para resolverlos y así se hará; desde luego que no se estableció una receta porque no existe, hay que crearla, hay que innovar. Bien decía Albert Einstein “No podemos resolver problemas usando el mismo tipo de pensamiento que usamos cuando los creamos”
Obama dijo que la grandeza de Estados Unidos no es un regalo, que hay que ir a ganarla, sin atajos, sin pusilánimes, ociosos o hedonistas de la riqueza y la fama, que parecieran ser los ideales de los agentes económicos que crearon el caos en que hoy está sumergido el mundo.
El mensaje ha sido muy claro, y clara ha quedado la estrechez intelectual de los agentes económicos del mundo, si Wall Street y el mundo de los capitales no tienen la altura de miras para entrar en la nueva era por la que el mundo debe transitar, entonces no hay lugar para ellos, deben ser reemplazados.
La ocasión exigía a su protagonista, ponerse al nivel del acontecimiento y su alocución no podía ser ramplona, ni someterse a las coyunturas y el canto de las sirenas, hay que comprender que no todos los días se registran acontecimientos como los que testificamos millones de personas sobre la faz de la tierra.
Barack Obama tiene la precaución de elaborar sus propios discursos para no ser sujeto de los intereses de quienes quisieran escuchar lo que los satisfaga; me parece bien el tinte simbólico, esperanzador e ideológico que el nuevo presidente de los Estados Unidos de América plasmó en su ejercicio retórico.
Sin ser un partidario de Obama, tengo que aceptar que en su disertación recogió lo que le da sentido a la grandeza estadounidense; sin demeritar a uno solo de los ciudadanos americanos, hace al más humilde y al más grande de sus habitantes, sentirse parte de un plan más grande que los tiempos y los intereses individuales y los compromete verdaderamente a trabajar incesantemente por su propio beneficio pero también por el bienestar de su nación.
Pero el capítulo triste de esta historia es que los agentes económicos no reaccionaron a la magnitud simbólica del acontecimiento histórico del que fuimos testigos y se comportaron tan mezquinamente como Santo Tomás, con un estúpido materialismo sólo proporcional a su riqueza económica, no tuvieron la capacidad intelectual de discernir las palabras del nuevo inquilino de la Casa Blanca, y los mercados de capitales se desplomaron.
Afirman que el Presidente Obama fue ambiguo y no mencionó nada sobre la crisis financiera internacional, ni de cómo superarla; si damos una revisada al discurso inaugural del nacido en Hawaii, fácilmente podremos advertir que puso a la crisis financiera mundial en su dimensión exacta y acusó que ésta se debió a “la codicia y la irresponsabilidad de algunos”, afirmó que terminó el periodo de la protección de los “estrechos intereses” del “inmovilismo” y de “aplazar decisiones desagradables”.
Quedó muy claro el postulado de que, ante los problemas que enfrentan los Estados Unidos y el mundo, hay la capacidad para resolverlos y así se hará; desde luego que no se estableció una receta porque no existe, hay que crearla, hay que innovar. Bien decía Albert Einstein “No podemos resolver problemas usando el mismo tipo de pensamiento que usamos cuando los creamos”
Obama dijo que la grandeza de Estados Unidos no es un regalo, que hay que ir a ganarla, sin atajos, sin pusilánimes, ociosos o hedonistas de la riqueza y la fama, que parecieran ser los ideales de los agentes económicos que crearon el caos en que hoy está sumergido el mundo.
El mensaje ha sido muy claro, y clara ha quedado la estrechez intelectual de los agentes económicos del mundo, si Wall Street y el mundo de los capitales no tienen la altura de miras para entrar en la nueva era por la que el mundo debe transitar, entonces no hay lugar para ellos, deben ser reemplazados.
En la nueva era del conocimiento no cabe la pobreza intelectual de la que presumen los que ostentan la riqueza material del mundo.