La metodología de la política pública tiene como primera fase la identificación de un problema público para que, de la apreciación de sus causas, surjan las alternativas de solución, lo peligroso es cuando no se logra, o no se quiere identificar el problema público.
La actual crisis financiera, si la analizamos desde ese enfoque, apunta, entre sus principales causas, a la irresponsabilidad y voracidad de los agentes financieros en todo el mundo, cuestión que precisamente ellos mismos no quieren ver, y mientras sigan en su ceguera no se podrá formular una estrategia seria para salir de la crisis.
Las medidas para corregirla se intentan implementar, pero como las causas reales subyacen allí, la solución definitiva dista mucho de que suceda, de hecho las confianzas en uno y otro lado del problema se han erosionado hasta un punto de no retorno.
Y es que tal pareciera que los agentes económicos esperan que el plan de rescate verse, una vez más, sobre la socialización de las pérdidas y la privatización de las ganancias como si de ellos dependiera el sostenimiento del planeta entero, sin comprender que la economía se sustenta en el empleo de la población y el actual modelo se ha construido sobre la premisa de la transferencia de la riqueza desde los pobres hacia los ricos, mantener ese privilegio es lo que pretende el mundo financiero para crear confianza en la economía.
Para el resto del mundo, porción mayoritaria de la población, las medidas de contención que pretenden socializar tanto las pérdidas como las ganancias son loables pero entran en contradicción con las aspiraciones de la economía de mercado, por ello las poblaciones han perdido la confianza en el modelo de incentivos de ésta economía que se está derrumbando a pedazos.
Estamos en un círculo vicioso, los agentes económicos no crean confianza porque no tienen la garantía de ganancias y la población no confía en el sistema financiero porque ya no quieren que los agentes económicos ganen a ultranza.
Acierta Obama en poner límites a las ganancias de los dueños de las entidades financieras e industrias rescatadas, aciertan Sarkozy y Merkel en moralizar la economía y quizá por ello han mantenido margen de gobernabilidad ante una población demandante y enojada, pero nada ha sucedido que parezca una solución definitiva porque como las medidas no significan beneficio alguno para los voraces capitalistas, creadores de ésta crisis, que especulan para que la economía se siga hundiendo hasta lograr que los gobiernos vuelvan al esquema cíclico de la privatización de las ganancias.
Esta serie de intereses opuestos han colocado a los agentes financieros y a la población, afectada por la crisis, en una trayectoria de colisión con consecuencias terribles en que el Estado será presionado de tal manera que quedaría relegado a ser un mero observador de la guerra entre la población y los capitalistas, sin precedentes, y de magnitudes solo comparables con la Revolución Francesa.
Lo anterior supondría el establecimiento de nuevos paradigmas para redistribuir la riqueza del mundo, que es vastísima pero que se halla concentrada en unos cuantos habitantes; y sobre todo un nuevo enfoque del pensamiento económico que no ponga en el centro la utilidad del capitalista, sino el aprecio por el trabajo-ahorro por encima del de empleo-consumo, y de la fuerza de trabajo, es decir la valoración del componente humano como generador de la riqueza.
Sin tan solo distribuyéramos la cantidad de recursos que Bernard Madoff defraudó, entre todos los habitantes del planeta, le correspondería a cada ser humano la cantidad de 7.3 dólares, y si tomamos en consideración que cincuenta mil millones de dólares no significan nada ante toda la riqueza mundial que se ha generado en las grandes potencias capitalistas, bien se podría distribuir todos esos activos entre toda la población mundial, garantizando así una vida digna para todos y cada uno.
Volviendo al tema de la Revolución francesa, la rebelión trajo como resultante la distribución del poder pero también la superación definitiva de la concepción absolutista y el advenimiento de lo que hoy conocemos como la democracia liberal, movimiento ideológico que ha penetrado tan hondamente las conciencias, que hoy ya sería imposible volver a instaurar un régimen absolutista en el mundo.
Por eso, para el caso de esta crisis financiera global, tomo la referencia francesa porque todo apunta al estallido de un conflicto violento entre capitalistas y población que devendría en el despojo de la riqueza –lícita o ilícita- que han acumulado los agentes económicos, para distribuirla de mejor manera entre toda la población, solo es cosa de que la estulticia financiera y la necedad egoísta de los capitalistas encuentre una coyuntura en alguna parte del mundo para desatar la revolución global del siglo XXI.
Lo anterior también apuntaría al planteamiento de un nuevo pensamiento económico que ponga por delante al hombre y después a la riqueza y que sea capaz de superar el, ahora ya anacrónico, concepto de “tengo luego existo” en que ha degenerado nuestra sociedad contemporánea.
La valoración del ser humano y lo que significa en sí mismo tiene que derribar de su altar al “dios dinero” y colocar en su lugar al trabajo humano como elemento fundamental de la economía del siglo XXI, no hay que olvidar que el dinero se hizo para facilitar el intercambio por lo que solo constituía un medio para obtener satisfactores, hoy en cambio el dinero se volvió un fin por el cual los individuos son capaces de olvidarse de su condición y dignidad humana para llegar hasta denigrarse y acabar con al vida de otros seres humanos en el enfermizo afán de acumular dinero.
La equivocada valoración del dinero es la que ha pervertido al sistema económico global porque le ha quitado valor al ser humano y ha sujetado su voluntad y sus capacidades creativas y productivas a una estandarización subjetiva que da incentivos a la astucia y no al trabajo físico o intelectual.
Cuando el dinero fiduciario viene a representar el total de los bienes y servicios de una población es cuando se vuelve estúpidamente inculta la economía y pierde sentido todo lo que le da sentido de pertenencia al hombre, se termina enajenando, ya no vale el acumulado histórico que le da peso cultural a los bienes de la sociedad ni el valor agregado de un servicio prestado en tiempos pasados; sino que el aquí y el ahora mandan.
Precisamente por eso surgen estos engendros mal llamados “genios de la economía”, que asumen una posición de control ficticia al pretender “concentrar” la mayor cantidad de bienes y servicios potenciales de la humanidad, ¿Se trata acaso de una nueva suerte de esclavismo o del autoengaño de una partida de idiotas que creen poseer virtualmente lo que nunca podrán tener realmente?
Y lo más grave es cuando las poblaciones y los gobiernos se tragan el anzuelo y caen en los juegos sucios de sujetos como Madoff y Stanford, entre muchos otros, y hasta se les teme, vaya tan estúpida se ha vuelto la sociedad que se le teme más a un supuesto valor monetario, que a la capacidad de fuerza que pueda ejercer una turba iracunda.
Si el valor del dinero fiduciario lo asigna “legalmente” un gobierno, no debería existir problema en que el propio aparato del poder público ejerza su autoridad y desvanezca el valor que tienen los títulos y papel moneda de personajes como Madoff y Stanford, entre otros, y transferirlo a todos aquellos que fueron defraudados.
Lo anterior desde luego que supone la desconfianza de los poderosos agentes financieros por la falta de certeza sobre las ganancias, pero no debemos irnos con la finta, insisto en que el valor real de los bienes y servicios precisamente está en el trabajo invertido en ellos y no en el dinero que presume representarlo.
Pensar contra esta afirmación es casi admitir que el ser humano no vale y que es mejor asesinar a la mitad de la población del planeta para que desaparezca la incertidumbre financiera “menos burros más olotes”
Pienso que estamos llegando a un punto sin retorno en que el raciocinio humano llevará a quitarle al dinero su valor representativo y deberá convertirse en un activo real sustentado en el trabajo físico e intelectual invertido; dicen que las profecías mayas lo vaticinan.
Tratando de ser optimista, estaríamos ante el advenimiento de otro florecimiento intelectual que ponga al ser humano en el centro del mundo, otro Renacimiento.
Y entonces, como a mediados del milenio pasado, podremos enviar al destierro a la trasnochada y oscura idea de un dios (ahora financiero) que todo lo controla, para volver a la idea del hombre, haciendo su propio destino.
La actual crisis financiera, si la analizamos desde ese enfoque, apunta, entre sus principales causas, a la irresponsabilidad y voracidad de los agentes financieros en todo el mundo, cuestión que precisamente ellos mismos no quieren ver, y mientras sigan en su ceguera no se podrá formular una estrategia seria para salir de la crisis.
Las medidas para corregirla se intentan implementar, pero como las causas reales subyacen allí, la solución definitiva dista mucho de que suceda, de hecho las confianzas en uno y otro lado del problema se han erosionado hasta un punto de no retorno.
Y es que tal pareciera que los agentes económicos esperan que el plan de rescate verse, una vez más, sobre la socialización de las pérdidas y la privatización de las ganancias como si de ellos dependiera el sostenimiento del planeta entero, sin comprender que la economía se sustenta en el empleo de la población y el actual modelo se ha construido sobre la premisa de la transferencia de la riqueza desde los pobres hacia los ricos, mantener ese privilegio es lo que pretende el mundo financiero para crear confianza en la economía.
Para el resto del mundo, porción mayoritaria de la población, las medidas de contención que pretenden socializar tanto las pérdidas como las ganancias son loables pero entran en contradicción con las aspiraciones de la economía de mercado, por ello las poblaciones han perdido la confianza en el modelo de incentivos de ésta economía que se está derrumbando a pedazos.
Estamos en un círculo vicioso, los agentes económicos no crean confianza porque no tienen la garantía de ganancias y la población no confía en el sistema financiero porque ya no quieren que los agentes económicos ganen a ultranza.
Acierta Obama en poner límites a las ganancias de los dueños de las entidades financieras e industrias rescatadas, aciertan Sarkozy y Merkel en moralizar la economía y quizá por ello han mantenido margen de gobernabilidad ante una población demandante y enojada, pero nada ha sucedido que parezca una solución definitiva porque como las medidas no significan beneficio alguno para los voraces capitalistas, creadores de ésta crisis, que especulan para que la economía se siga hundiendo hasta lograr que los gobiernos vuelvan al esquema cíclico de la privatización de las ganancias.
Esta serie de intereses opuestos han colocado a los agentes financieros y a la población, afectada por la crisis, en una trayectoria de colisión con consecuencias terribles en que el Estado será presionado de tal manera que quedaría relegado a ser un mero observador de la guerra entre la población y los capitalistas, sin precedentes, y de magnitudes solo comparables con la Revolución Francesa.
Lo anterior supondría el establecimiento de nuevos paradigmas para redistribuir la riqueza del mundo, que es vastísima pero que se halla concentrada en unos cuantos habitantes; y sobre todo un nuevo enfoque del pensamiento económico que no ponga en el centro la utilidad del capitalista, sino el aprecio por el trabajo-ahorro por encima del de empleo-consumo, y de la fuerza de trabajo, es decir la valoración del componente humano como generador de la riqueza.
Sin tan solo distribuyéramos la cantidad de recursos que Bernard Madoff defraudó, entre todos los habitantes del planeta, le correspondería a cada ser humano la cantidad de 7.3 dólares, y si tomamos en consideración que cincuenta mil millones de dólares no significan nada ante toda la riqueza mundial que se ha generado en las grandes potencias capitalistas, bien se podría distribuir todos esos activos entre toda la población mundial, garantizando así una vida digna para todos y cada uno.
Volviendo al tema de la Revolución francesa, la rebelión trajo como resultante la distribución del poder pero también la superación definitiva de la concepción absolutista y el advenimiento de lo que hoy conocemos como la democracia liberal, movimiento ideológico que ha penetrado tan hondamente las conciencias, que hoy ya sería imposible volver a instaurar un régimen absolutista en el mundo.
Por eso, para el caso de esta crisis financiera global, tomo la referencia francesa porque todo apunta al estallido de un conflicto violento entre capitalistas y población que devendría en el despojo de la riqueza –lícita o ilícita- que han acumulado los agentes económicos, para distribuirla de mejor manera entre toda la población, solo es cosa de que la estulticia financiera y la necedad egoísta de los capitalistas encuentre una coyuntura en alguna parte del mundo para desatar la revolución global del siglo XXI.
Lo anterior también apuntaría al planteamiento de un nuevo pensamiento económico que ponga por delante al hombre y después a la riqueza y que sea capaz de superar el, ahora ya anacrónico, concepto de “tengo luego existo” en que ha degenerado nuestra sociedad contemporánea.
La valoración del ser humano y lo que significa en sí mismo tiene que derribar de su altar al “dios dinero” y colocar en su lugar al trabajo humano como elemento fundamental de la economía del siglo XXI, no hay que olvidar que el dinero se hizo para facilitar el intercambio por lo que solo constituía un medio para obtener satisfactores, hoy en cambio el dinero se volvió un fin por el cual los individuos son capaces de olvidarse de su condición y dignidad humana para llegar hasta denigrarse y acabar con al vida de otros seres humanos en el enfermizo afán de acumular dinero.
La equivocada valoración del dinero es la que ha pervertido al sistema económico global porque le ha quitado valor al ser humano y ha sujetado su voluntad y sus capacidades creativas y productivas a una estandarización subjetiva que da incentivos a la astucia y no al trabajo físico o intelectual.
Cuando el dinero fiduciario viene a representar el total de los bienes y servicios de una población es cuando se vuelve estúpidamente inculta la economía y pierde sentido todo lo que le da sentido de pertenencia al hombre, se termina enajenando, ya no vale el acumulado histórico que le da peso cultural a los bienes de la sociedad ni el valor agregado de un servicio prestado en tiempos pasados; sino que el aquí y el ahora mandan.
Precisamente por eso surgen estos engendros mal llamados “genios de la economía”, que asumen una posición de control ficticia al pretender “concentrar” la mayor cantidad de bienes y servicios potenciales de la humanidad, ¿Se trata acaso de una nueva suerte de esclavismo o del autoengaño de una partida de idiotas que creen poseer virtualmente lo que nunca podrán tener realmente?
Y lo más grave es cuando las poblaciones y los gobiernos se tragan el anzuelo y caen en los juegos sucios de sujetos como Madoff y Stanford, entre muchos otros, y hasta se les teme, vaya tan estúpida se ha vuelto la sociedad que se le teme más a un supuesto valor monetario, que a la capacidad de fuerza que pueda ejercer una turba iracunda.
Si el valor del dinero fiduciario lo asigna “legalmente” un gobierno, no debería existir problema en que el propio aparato del poder público ejerza su autoridad y desvanezca el valor que tienen los títulos y papel moneda de personajes como Madoff y Stanford, entre otros, y transferirlo a todos aquellos que fueron defraudados.
Lo anterior desde luego que supone la desconfianza de los poderosos agentes financieros por la falta de certeza sobre las ganancias, pero no debemos irnos con la finta, insisto en que el valor real de los bienes y servicios precisamente está en el trabajo invertido en ellos y no en el dinero que presume representarlo.
Pensar contra esta afirmación es casi admitir que el ser humano no vale y que es mejor asesinar a la mitad de la población del planeta para que desaparezca la incertidumbre financiera “menos burros más olotes”
Pienso que estamos llegando a un punto sin retorno en que el raciocinio humano llevará a quitarle al dinero su valor representativo y deberá convertirse en un activo real sustentado en el trabajo físico e intelectual invertido; dicen que las profecías mayas lo vaticinan.
Tratando de ser optimista, estaríamos ante el advenimiento de otro florecimiento intelectual que ponga al ser humano en el centro del mundo, otro Renacimiento.
Y entonces, como a mediados del milenio pasado, podremos enviar al destierro a la trasnochada y oscura idea de un dios (ahora financiero) que todo lo controla, para volver a la idea del hombre, haciendo su propio destino.