Quizá nunca como antes en la historia electoral de México se haya dado un panorama tan sombrío como el que se augura para la elección del 5 de julio de 2009; crisis financiera, desempleo, inseguridad, emergencia epidemiológica y corrupción pública desbordada son los asuntos que dominan la esfera pública poniendo en un lejanísimo segundo plano al proceso electoral.
Podríamos decir que en una elección intermedia es, hasta cierto punto, normal el desinterés de la ciudadanía, primeramente porque no brillan las figuras de los candidatos presidenciales, en seguida porque no se tiene clara la función de los diputados y finalmente porque las cámaras, como institución, tienen los más bajos niveles de credibilidad y confianza; lo grave es que, para 2009, las empresas encuestadoras manejen estimados de participación electoral en los rangos del 20 al 35% del padrón de electores.
Si sólo dos o tres de cada diez electores acudirán a las urnas, ahí hay un mensaje clarísimo, los ciudadanos no quieren saber de la clase política por la simplísima razón de que no se sienten representados y no están dispuestos a seguir siendo comparsa de un montaje de muy mala calidad que a nadie convence.
Por lo tanto, la elección del 5 de julio de 2009 será eminentemente de votos duros, lo que significa una mayor presencia política del PRI en el Congreso y no porque ya sean buenos y se hayan reformado, sino porque simplemente tienen más votantes fieles que cualquier otro partido sin que tengan que mover un dedo; bajo esa lógica el PAN sería la segunda fuerza política nacional y en seguida el PRD, la elección ya está cantada.
Lo triste es que el PRI sigue siendo el mismo pillo que, sí, creó instituciones, pero para hacer parasitaria a la sociedad mexicana, y peor resulta cuando los demás partidos tampoco representan las aspiraciones legítimas de los ciudadanos y ni siquiera son capaces de articular un discurso político coherente con la realidad cotidiana, los políticos se han vuelto una oligarquía que se divorció de los ciudadanos y sólo recurre a ellos para regalarles espejitos a cambio de votos.
Pero qué se puede hacer cuando el ciudadano no se siente representado ni motivado a avalar alguna propuesta electoral, es justo en esa coyuntura que se han dado las argumentaciones más inverosímiles y estúpidas a la vez, que van desde el voto útil, que no es más que la cargada por el que parece que va a ganar, hasta la votación de candidatos no registrados y la anulación del voto. ¿Y las necesidades ciudadanas en el ámbito de competencia legal de las cámaras?
En sí, anular el voto es un mensaje ciudadano claro, pero insistimos en que sólo fortalece el esquema del voto duro y no hay, de momento, ninguna manera contundente de hacerle saber a la clase política que no estamos de acuerdo con la conducción que están haciendo del país, ni en los métodos para alcanzar lo que se supone sería para nuestro beneficio, la verdad es que los ciudadanos no somos consultados seriamente sobre la visión que tenemos de país y nos tenemos que contentar con observar a una partida de ignorantes soberbios que se abrogan el derecho de adivinar e interpretar lo que pensamos.
Sin embargo creo firmemente que los ciudadanos podemos empujar una de las reformas electorales más profundas y contundentes que podría tener el país, llevando a la arena electoral la capacidad social de disentir y de castigar a la clase política cuando se vuelve soberbia.
Me refiero al voto en blanco que, a diferencia del voto nulo, es la legal y concluyente manera de decirle a partidos y actores políticos que no estamos dispuestos a solapar su irresponsabilidad y que por lo tanto se les castigará donde más les duele, la pérdida de poder y dinero.
El voto en blanco debe ser una alternativa del elector para que su voto sea contabilizado y validado por la autoridad electoral con una premisa fundamental, la manifestación del ciudadano de que no quiere a nadie ocupando una curul desde la que, de por sí, no está representado.
Es decir, qué más da si la curul o el escaño se quedan vacíos, si de todas formas estando ocupados el ciudadano no tiene espacio de participación e interlocución para con el poder público.
La idea es que en el COFIPE se establezca la figura del voto en blanco, destinando un espacio en la boleta electoral con esa leyenda, junto a los logotipos y candidatos por cada partido político con registro y que esos votos en blanco sean contabilizados como válidos en la elección hasta el punto de que, si en un distrito o estado el voto en blanco obtuviera el mayor número de votos, la curul o el escaño queden vacíos durante todo el periodo constitucional.
Lo anterior será un mensaje definitivo a los políticos, o representan a los ciudadanos o en las urnas nos veremos las caras, con las consecuentes mermas al poder político y al dinero que los partidos y políticos tanto necesitan para seguir manipulando a las instituciones del Estado mexicano, desde luego que los distritos en blanco también deberán tomarse como consideración en la proporción de curules y escaños plurinominales.
Que si esta propuesta le quita poder a los partidos, no hay ninguna duda, pero precisamente eso es lo que hay que hacer para que los políticos pongan más atención a los ciudadanos y sepan traducir, sin ambigüedades o mentiras, las prioridades y aspiraciones legítimas de la población.
Otra opción será dejarnos de simulaciones y reformar los artículos 39, 40 y 41 de la constitución para sustituir al “pueblo” por los “partidos políticos”.
O usted qué opina querido lector, ¿Empujamos esa reforma ciudadana?
Podríamos decir que en una elección intermedia es, hasta cierto punto, normal el desinterés de la ciudadanía, primeramente porque no brillan las figuras de los candidatos presidenciales, en seguida porque no se tiene clara la función de los diputados y finalmente porque las cámaras, como institución, tienen los más bajos niveles de credibilidad y confianza; lo grave es que, para 2009, las empresas encuestadoras manejen estimados de participación electoral en los rangos del 20 al 35% del padrón de electores.
Si sólo dos o tres de cada diez electores acudirán a las urnas, ahí hay un mensaje clarísimo, los ciudadanos no quieren saber de la clase política por la simplísima razón de que no se sienten representados y no están dispuestos a seguir siendo comparsa de un montaje de muy mala calidad que a nadie convence.
Por lo tanto, la elección del 5 de julio de 2009 será eminentemente de votos duros, lo que significa una mayor presencia política del PRI en el Congreso y no porque ya sean buenos y se hayan reformado, sino porque simplemente tienen más votantes fieles que cualquier otro partido sin que tengan que mover un dedo; bajo esa lógica el PAN sería la segunda fuerza política nacional y en seguida el PRD, la elección ya está cantada.
Lo triste es que el PRI sigue siendo el mismo pillo que, sí, creó instituciones, pero para hacer parasitaria a la sociedad mexicana, y peor resulta cuando los demás partidos tampoco representan las aspiraciones legítimas de los ciudadanos y ni siquiera son capaces de articular un discurso político coherente con la realidad cotidiana, los políticos se han vuelto una oligarquía que se divorció de los ciudadanos y sólo recurre a ellos para regalarles espejitos a cambio de votos.
Pero qué se puede hacer cuando el ciudadano no se siente representado ni motivado a avalar alguna propuesta electoral, es justo en esa coyuntura que se han dado las argumentaciones más inverosímiles y estúpidas a la vez, que van desde el voto útil, que no es más que la cargada por el que parece que va a ganar, hasta la votación de candidatos no registrados y la anulación del voto. ¿Y las necesidades ciudadanas en el ámbito de competencia legal de las cámaras?
En sí, anular el voto es un mensaje ciudadano claro, pero insistimos en que sólo fortalece el esquema del voto duro y no hay, de momento, ninguna manera contundente de hacerle saber a la clase política que no estamos de acuerdo con la conducción que están haciendo del país, ni en los métodos para alcanzar lo que se supone sería para nuestro beneficio, la verdad es que los ciudadanos no somos consultados seriamente sobre la visión que tenemos de país y nos tenemos que contentar con observar a una partida de ignorantes soberbios que se abrogan el derecho de adivinar e interpretar lo que pensamos.
Sin embargo creo firmemente que los ciudadanos podemos empujar una de las reformas electorales más profundas y contundentes que podría tener el país, llevando a la arena electoral la capacidad social de disentir y de castigar a la clase política cuando se vuelve soberbia.
Me refiero al voto en blanco que, a diferencia del voto nulo, es la legal y concluyente manera de decirle a partidos y actores políticos que no estamos dispuestos a solapar su irresponsabilidad y que por lo tanto se les castigará donde más les duele, la pérdida de poder y dinero.
El voto en blanco debe ser una alternativa del elector para que su voto sea contabilizado y validado por la autoridad electoral con una premisa fundamental, la manifestación del ciudadano de que no quiere a nadie ocupando una curul desde la que, de por sí, no está representado.
Es decir, qué más da si la curul o el escaño se quedan vacíos, si de todas formas estando ocupados el ciudadano no tiene espacio de participación e interlocución para con el poder público.
La idea es que en el COFIPE se establezca la figura del voto en blanco, destinando un espacio en la boleta electoral con esa leyenda, junto a los logotipos y candidatos por cada partido político con registro y que esos votos en blanco sean contabilizados como válidos en la elección hasta el punto de que, si en un distrito o estado el voto en blanco obtuviera el mayor número de votos, la curul o el escaño queden vacíos durante todo el periodo constitucional.
Lo anterior será un mensaje definitivo a los políticos, o representan a los ciudadanos o en las urnas nos veremos las caras, con las consecuentes mermas al poder político y al dinero que los partidos y políticos tanto necesitan para seguir manipulando a las instituciones del Estado mexicano, desde luego que los distritos en blanco también deberán tomarse como consideración en la proporción de curules y escaños plurinominales.
Que si esta propuesta le quita poder a los partidos, no hay ninguna duda, pero precisamente eso es lo que hay que hacer para que los políticos pongan más atención a los ciudadanos y sepan traducir, sin ambigüedades o mentiras, las prioridades y aspiraciones legítimas de la población.
Otra opción será dejarnos de simulaciones y reformar los artículos 39, 40 y 41 de la constitución para sustituir al “pueblo” por los “partidos políticos”.
O usted qué opina querido lector, ¿Empujamos esa reforma ciudadana?