Se dice que Rodrigo Díaz de Vivar, ya muerto, fue puesto en la montura de su caballo, cubierto en su armadura y con su espada Tizona salió a la batalla espantando a los moros que lo creían exterminado; triunfó en una batalla a pesar de la muerte.
Juan Camilo Mouriño Terrazo (Q.e.p.d.) como Secretario de Gobernación tenía la obligación de mantener la gobernabilidad en el país, encomienda nada sencilla si tomamos en consideración el enrarecido y polarizado entorno sociopolítico derivado de la elección presidencial de 2006, sin embargo se las arregló para contener las presiones políticas y alcanzar acuerdos que faciltaran las reformas estructurales necesarias para el país.
Si bien tuvo algunos resultados, siempre quedó la sensación de que las reformas, negociadas por él y sus operadores, se quedaron chatas en aras de satisfacer los intereses políticos de los grupos opositores en una suerte de acomodos institucionales posibles pero no de gran alcance y que, terminan dejando pendientes importantes.
Sin embargo y para no cuestionar ni criticar a quien no se puede defender, porque no es propio, me referiré a que su labor fundamental era la de asegurar a su jefe, el Presidente de la República, la convergencia de los diferentes grupos de la sociedad en torno a un objetivo común, el desarrollo de México.
Todos los esfuerzos políticos, humanos, personales, y los incentivos políticos no fueron suficientes para que la clase política fuera unánime en la agenda pública y quién iba a decirlo, finalmente Mouriño se salió con la suya yendo más allá de su propia existencia.
Con un sacrificio, que fue más allá de la vida, el Secretario de Gobernación hizo que toda la clase política se reuniera; que los opositores estuvieran al lado de los oficialistas; que Marcelo Ebrard, el rival de la institución gubernamental, fuera institucional, colaborara comprometidamente con el Gobierno Federal, y estuviera al pendiente de todo lo que estuviera a su alcance para superar la tragedia.
Así como en la leyenda del Cid Campeador, Mouriño, aún muerto, logró el acuerdo de los políticos, esperemos que su muerte no sea inútil y que este primer encuentro de la clase política no solo sea para las tragedias, sino para los grandes retos que la Nación tiene por delante, con espíritu de solidaridad, de colaboración y de entrega total, al margen de los apasionamientos y las creencias individuales.
Juan Camilo Mouriño Terrazo (Q.e.p.d.) como Secretario de Gobernación tenía la obligación de mantener la gobernabilidad en el país, encomienda nada sencilla si tomamos en consideración el enrarecido y polarizado entorno sociopolítico derivado de la elección presidencial de 2006, sin embargo se las arregló para contener las presiones políticas y alcanzar acuerdos que faciltaran las reformas estructurales necesarias para el país.
Si bien tuvo algunos resultados, siempre quedó la sensación de que las reformas, negociadas por él y sus operadores, se quedaron chatas en aras de satisfacer los intereses políticos de los grupos opositores en una suerte de acomodos institucionales posibles pero no de gran alcance y que, terminan dejando pendientes importantes.
Sin embargo y para no cuestionar ni criticar a quien no se puede defender, porque no es propio, me referiré a que su labor fundamental era la de asegurar a su jefe, el Presidente de la República, la convergencia de los diferentes grupos de la sociedad en torno a un objetivo común, el desarrollo de México.
Todos los esfuerzos políticos, humanos, personales, y los incentivos políticos no fueron suficientes para que la clase política fuera unánime en la agenda pública y quién iba a decirlo, finalmente Mouriño se salió con la suya yendo más allá de su propia existencia.
Con un sacrificio, que fue más allá de la vida, el Secretario de Gobernación hizo que toda la clase política se reuniera; que los opositores estuvieran al lado de los oficialistas; que Marcelo Ebrard, el rival de la institución gubernamental, fuera institucional, colaborara comprometidamente con el Gobierno Federal, y estuviera al pendiente de todo lo que estuviera a su alcance para superar la tragedia.
Así como en la leyenda del Cid Campeador, Mouriño, aún muerto, logró el acuerdo de los políticos, esperemos que su muerte no sea inútil y que este primer encuentro de la clase política no solo sea para las tragedias, sino para los grandes retos que la Nación tiene por delante, con espíritu de solidaridad, de colaboración y de entrega total, al margen de los apasionamientos y las creencias individuales.