El sueño de la normalidad democrática de México se ha estancado en el fango de la apatía ciudadana y la partidocracia que han minado el concepto de la democracia participativa estableciendo una suerte de conformismo en la democracia representativa de mala factura.
Hoy parece muy lejano en mítico IFE 1996-2003 de José Woldenberg que, con todo y sus limitaciones jurídicas de fiscalización, se ganó, en tan solo cuatro años, un lugar muy importante en la confianza ciudadana hacia las instituciones públicas.
El IFE de aquellos años se convirtió en un organismo a la altura de su responsabilidad y de su tiempo, hasta el punto en que pudo garantizar procesos electorales despojados de la violencia que, en otros tiempos parecía estar marcando una tendencia, y no sólo eso, sino que en el año 2000 se puso en la cima de la historia del México contemporáneo al garantizar un proceso electoral confiable y la alternancia con paz y con el pleno reconocimiento de los actores políticos.
Si bien la elección del año 2000 dejó resultados indiscutibles, lo cierto es que no pudo contener las ambiciones de poder de los que no fueron favorecidos con el voto ciudadano, y desde ese momento comenzaron las intentonas de desvirtuar al órgano encargado de garantizar elecciones transparentes.
Era cosa de tiempo para que un pretexto justificara la descalificación del IFE y la oportunidad se presentó el 6 de julio de 2006 cuando, ante una elección tan cerrada, el organismo titubeó y dejó más dudas que certezas sobre los resultados; eso alimentó la posibilidad de eliminarlo, por la vía del desprestigio.
Bien sabido es que la izquierda recurre al calificativo de “democrático” a todo aquello que le beneficia, y en cambio señala como imposición y trampa –con dedo flamígero- todo lo que no se corresponde con sus intereses y metas, desconociendo por completo la voluntad de los ciudadanos.
Así pues, la presión de actores que desprecian la democracia como Andrés Manuel López Obrador, empujaron a la opinión pública a desconfiar del árbitro, con la complacencia de otros partidos políticos que ven rentabilidad en la descalificación del IFE.
La reforma electoral de 2007 respondió a ese conjunto de intereses y en el Congreso de la Unión se creó un verdadero monstruo que a nadie deja satisfecho y que ha terminado por desvirtuar al IFE.
Los ridículos spots de televisión, la imposibilidad para pedir el voto, la incapacidad de señalar las irregularidades en que incurren los políticos, y el aumento escandaloso en las percepciones de los consejeros electorales no son por obra y capricho del IFE, sino por la torcida y maquiavélica ambición de los hambrientos de poder, y con un partido que, a pesar de la mayoría que ostenta en las cámaras, no supo negociar la reforma y se conformó con intercambiarla por una reforma hacendaria, bastante chata por cierto.
Las consecuencias serán; un legislativo que se lava las manos y le pasa la factura al árbitro, un IFE que se habrá ganado la desconfianza de los ciudadanos hasta el punto de devolver la calificación de las elecciones a los políticos, y por supuesto que la elección de 2012 la podría ganar el político que mejor pueda capitalizar el denuesto al más noble instituto que se ha creado en la historia institucional del México contemporáneo.
¿Qué institución sigue en la fila de las que son mandados al diablo?
Hoy parece muy lejano en mítico IFE 1996-2003 de José Woldenberg que, con todo y sus limitaciones jurídicas de fiscalización, se ganó, en tan solo cuatro años, un lugar muy importante en la confianza ciudadana hacia las instituciones públicas.
El IFE de aquellos años se convirtió en un organismo a la altura de su responsabilidad y de su tiempo, hasta el punto en que pudo garantizar procesos electorales despojados de la violencia que, en otros tiempos parecía estar marcando una tendencia, y no sólo eso, sino que en el año 2000 se puso en la cima de la historia del México contemporáneo al garantizar un proceso electoral confiable y la alternancia con paz y con el pleno reconocimiento de los actores políticos.
Si bien la elección del año 2000 dejó resultados indiscutibles, lo cierto es que no pudo contener las ambiciones de poder de los que no fueron favorecidos con el voto ciudadano, y desde ese momento comenzaron las intentonas de desvirtuar al órgano encargado de garantizar elecciones transparentes.
Era cosa de tiempo para que un pretexto justificara la descalificación del IFE y la oportunidad se presentó el 6 de julio de 2006 cuando, ante una elección tan cerrada, el organismo titubeó y dejó más dudas que certezas sobre los resultados; eso alimentó la posibilidad de eliminarlo, por la vía del desprestigio.
Bien sabido es que la izquierda recurre al calificativo de “democrático” a todo aquello que le beneficia, y en cambio señala como imposición y trampa –con dedo flamígero- todo lo que no se corresponde con sus intereses y metas, desconociendo por completo la voluntad de los ciudadanos.
Así pues, la presión de actores que desprecian la democracia como Andrés Manuel López Obrador, empujaron a la opinión pública a desconfiar del árbitro, con la complacencia de otros partidos políticos que ven rentabilidad en la descalificación del IFE.
La reforma electoral de 2007 respondió a ese conjunto de intereses y en el Congreso de la Unión se creó un verdadero monstruo que a nadie deja satisfecho y que ha terminado por desvirtuar al IFE.
Los ridículos spots de televisión, la imposibilidad para pedir el voto, la incapacidad de señalar las irregularidades en que incurren los políticos, y el aumento escandaloso en las percepciones de los consejeros electorales no son por obra y capricho del IFE, sino por la torcida y maquiavélica ambición de los hambrientos de poder, y con un partido que, a pesar de la mayoría que ostenta en las cámaras, no supo negociar la reforma y se conformó con intercambiarla por una reforma hacendaria, bastante chata por cierto.
Las consecuencias serán; un legislativo que se lava las manos y le pasa la factura al árbitro, un IFE que se habrá ganado la desconfianza de los ciudadanos hasta el punto de devolver la calificación de las elecciones a los políticos, y por supuesto que la elección de 2012 la podría ganar el político que mejor pueda capitalizar el denuesto al más noble instituto que se ha creado en la historia institucional del México contemporáneo.
¿Qué institución sigue en la fila de las que son mandados al diablo?
Cantemos un réquiem por la muerte del IFE anunciada.