Cuando se analiza la guerra que Calderón, a título personal, declaró a los barones del narcotráfico me hace recordar irremediablemente a Leonidas y sus trescientos espartanos luchando contra un numerosísimo contingente persa.
Con esto no quiero hacer de Calderón un héroe ni lo vale, pero lo que sí queda de manifiesto es que sólo él y un puñado de colaboradores en el ejército y la armada se enfrentan a una gran cantidad de funcionarios y autoridades corruptas en los estados y municipios, en los poderes legislativos, en los judiciales y hasta en el propio gobierno federal.
A eso súmele una población condescendiente con las prácticas de infiltración económica de la delincuencia organizada que, lo mismo le provee de bienes y servicios a los capos que paga por su seguridad y hasta obras públicas.
Pero lo más grave, y espero la comprensión a mi postura temeraria, es la complicidad descarada de los Estados Unidos de América en la podredumbre de un negocio altamente rentable en el que son los principales beneficiarios y por el que no están dispuestos a perder un solo céntimo.
Sucede que tenemos un error de enfoque, el narcotráfico no es un problema ni de salud pública ni de seguridad nacional, en realidad es un problema de dineros en el que no entramos porque un negocio tan rentable no puede ser susceptible de la distribución de sus beneficios económicos.
Recordemos que en 1937 en los Estados Unidos se aprobó la Marihuana Tax Act por la que se prohibió el consumo de cáñamo en ese país, cáñamo que simplemente es cannabis o marihuana y que crece naturalmente en México; sucede que las fibras de celulosa que en aquél país se comenzaban a producir, a pesar de ser baratas, simplemente no podían competir con la calidad y resistencia del papel de cáñamo. La restricción de la marihuana ajustó convenientemente en los años de la prohibición del alcohol en Estados Unidos.
Y es que la marihuana causa efectos muy similares a los del alcohol pero sin la degeneración orgánica del segundo y, a pesar de que se ha comprobado científicamente que la marihuana no causa adicción fisiológica y tiene menos efectos secundarios, el hecho de permanecer en la proscripción no detiene su consumo y hasta se vuelve altamente rentable.
Desde luego que esa restricción devino en la proliferación de otros narcóticos naturales y sintéticos que al recibir el mismo trato de exclusión, se incorporaron a uno de los negocios más pujantes de todo el planeta.
Por eso la legalización de las drogas es anatema para los países de vocación capitalista, no porque acabe con la salud de las nuevas generaciones, sino porque acaba con las degeneradas utilidades de un negocio que no paga impuestos. Si México legalizara el consumo de drogas se rompería el esquema de la economía real y afectaría seriamente a los barones del narco del otro lado del Río Bravo, porque su costo bajaría de tal manera que el único resquicio de apreciación sería la zona fronteriza de los Estados Unidos y quedaría en evidencia el grado de involucramiento de autoridades, empresarios y ciudadanos americanos en ese negocio deshonesto. México sería objeto de una sanción inmediata por atreverse a “envenenar” a la población cuando en realidad se debería decir que se castiga por echarles a perder el negocio.
Combatir realmente al narcotráfico hasta eliminarlo para siempre del territorio mexicano también haría que el negocio quebrara, por eso los estadounidenses colaboran armando a los sicarios del narco y creando una red de incentivos sociales en una economía subterránea en que se hace a la población en general un cómplice del delito.
Por eso las autoridades hacendarias en México no pueden ni quieren meterse en el combate efectivo del problema, los dineros del narco; por eso la sociedad mexicana no tiene la calidad moral para exigirle a su gobierno que se combata la ilegalidad en todas sus aristas; por eso México no tiene la plena soberanía para erradicar para siempre al flagelo y por eso Calderón está condenado a terminar aplastado por el gigantesco ejército del Xerxes del Siglo XXI.
La promesa de que el problema se erradicará en un lapso de entre ocho y diez años debe leerse como que los Estados Unidos harán lo posible porque ya no se alborote el avispero y en ese lapso de tiempo los capos vuelvan al submundo del que no debieron salir y no se vuelva a alterar el negocio.
Hoy los Estados Unidos manotean y hacen alarde de un discurso hipócrita que dice colaborar con México para combatir al narco, pero en realidad el objetivo es frenar la violencia para que el negocio se vuelva tranquilo y no cueste más porque, muy seguramente, los beneficiarios están preocupados desde la Border Patrol y hasta la Casa Blanca y ya preparan una reunión del Consejo de Administración en territorio mexicano. ¿Qué quiere en realidad Estados Unidos?
Con esto no quiero hacer de Calderón un héroe ni lo vale, pero lo que sí queda de manifiesto es que sólo él y un puñado de colaboradores en el ejército y la armada se enfrentan a una gran cantidad de funcionarios y autoridades corruptas en los estados y municipios, en los poderes legislativos, en los judiciales y hasta en el propio gobierno federal.
A eso súmele una población condescendiente con las prácticas de infiltración económica de la delincuencia organizada que, lo mismo le provee de bienes y servicios a los capos que paga por su seguridad y hasta obras públicas.
Pero lo más grave, y espero la comprensión a mi postura temeraria, es la complicidad descarada de los Estados Unidos de América en la podredumbre de un negocio altamente rentable en el que son los principales beneficiarios y por el que no están dispuestos a perder un solo céntimo.
Sucede que tenemos un error de enfoque, el narcotráfico no es un problema ni de salud pública ni de seguridad nacional, en realidad es un problema de dineros en el que no entramos porque un negocio tan rentable no puede ser susceptible de la distribución de sus beneficios económicos.
Recordemos que en 1937 en los Estados Unidos se aprobó la Marihuana Tax Act por la que se prohibió el consumo de cáñamo en ese país, cáñamo que simplemente es cannabis o marihuana y que crece naturalmente en México; sucede que las fibras de celulosa que en aquél país se comenzaban a producir, a pesar de ser baratas, simplemente no podían competir con la calidad y resistencia del papel de cáñamo. La restricción de la marihuana ajustó convenientemente en los años de la prohibición del alcohol en Estados Unidos.
Y es que la marihuana causa efectos muy similares a los del alcohol pero sin la degeneración orgánica del segundo y, a pesar de que se ha comprobado científicamente que la marihuana no causa adicción fisiológica y tiene menos efectos secundarios, el hecho de permanecer en la proscripción no detiene su consumo y hasta se vuelve altamente rentable.
Desde luego que esa restricción devino en la proliferación de otros narcóticos naturales y sintéticos que al recibir el mismo trato de exclusión, se incorporaron a uno de los negocios más pujantes de todo el planeta.
Por eso la legalización de las drogas es anatema para los países de vocación capitalista, no porque acabe con la salud de las nuevas generaciones, sino porque acaba con las degeneradas utilidades de un negocio que no paga impuestos. Si México legalizara el consumo de drogas se rompería el esquema de la economía real y afectaría seriamente a los barones del narco del otro lado del Río Bravo, porque su costo bajaría de tal manera que el único resquicio de apreciación sería la zona fronteriza de los Estados Unidos y quedaría en evidencia el grado de involucramiento de autoridades, empresarios y ciudadanos americanos en ese negocio deshonesto. México sería objeto de una sanción inmediata por atreverse a “envenenar” a la población cuando en realidad se debería decir que se castiga por echarles a perder el negocio.
Combatir realmente al narcotráfico hasta eliminarlo para siempre del territorio mexicano también haría que el negocio quebrara, por eso los estadounidenses colaboran armando a los sicarios del narco y creando una red de incentivos sociales en una economía subterránea en que se hace a la población en general un cómplice del delito.
Por eso las autoridades hacendarias en México no pueden ni quieren meterse en el combate efectivo del problema, los dineros del narco; por eso la sociedad mexicana no tiene la calidad moral para exigirle a su gobierno que se combata la ilegalidad en todas sus aristas; por eso México no tiene la plena soberanía para erradicar para siempre al flagelo y por eso Calderón está condenado a terminar aplastado por el gigantesco ejército del Xerxes del Siglo XXI.
La promesa de que el problema se erradicará en un lapso de entre ocho y diez años debe leerse como que los Estados Unidos harán lo posible porque ya no se alborote el avispero y en ese lapso de tiempo los capos vuelvan al submundo del que no debieron salir y no se vuelva a alterar el negocio.
Hoy los Estados Unidos manotean y hacen alarde de un discurso hipócrita que dice colaborar con México para combatir al narco, pero en realidad el objetivo es frenar la violencia para que el negocio se vuelva tranquilo y no cueste más porque, muy seguramente, los beneficiarios están preocupados desde la Border Patrol y hasta la Casa Blanca y ya preparan una reunión del Consejo de Administración en territorio mexicano. ¿Qué quiere en realidad Estados Unidos?