Cuando escribo estas líneas viene a mi mente el Adagio para cuerdas de Samuel Barber que fue calificada en 2004 como la obra musical más triste de todos los tiempos por la audiencia de la BBC y es que esos sonidos revelan profundamente el estado de desolación total y desesperanza, quizá provocada por una hecatombe o una inmensa desgracia.
Siempre ubiqué la imagen que me evoca esa obra en las ruinas de la Europa de 1945 totalmente devastada, arruinada hasta sus cimientos, calcinada, con sus hombres y mujeres deambulando por las calles sin esperanza ni mañana, tan sólo viviendo por vivir.
Pero a raíz del brutal cataclismo de Haití me he visto obligado a cambiar mis referentes sobre la imagen que me evoca esa obra y otro significado sobre la devastación total y la desesperanza absoluta. El desastre haitiano es el calamitoso efecto del estremecimiento de la tierra desde sus entrañas, pero su catástrofe humana es el ominoso resultado de la estulticia y el egoísmo de los hombres.
En efecto, el terremoto del 12 de enero de 2010 quizá haya sido una eventualidad providencial para poner frente a los ojos del mundo entero una crisis humanitaria que ya estaba presente desde hace muchos años y que ni los haitianos ni los “estadistas” y sus geniales ideas multinacionales pudieron o quisieron resolver.
Haití es la muestra histórica de la explotación irracional que desde el Saint Domingue de los Franceses, hasta nuestros días se hace patente. Los colonizadores franceses y su política esclavista y opresora detonaron una de las más tempranas y violentas luchas independentistas en el continente americano, pero esa lucha no hizo una nación mejor, el virus de la intolerancia y el egoísmo ya estaba inoculado en las mitocondrias sociales del naciente Haití que se vio reflejado en un país dividido entre la monarquía y la república coexistentes, continuas revueltas, deposiciones y golpes de Estado hasta que en 1914 fue invadido por los Estados Unidos bajo los mismos pretextos que ahora se enarbolan para ocuparlo de nuevo.
Haití es el país de la inestabilidad política provocada por el egoísmo humano, con tantos gobernantes como años tiene una década y con una espantosa falta de reconocimiento y de legitimidad de las autoridades. También es el país de la rapacidad, en donde la desordenada economía agrícola desertificó al territorio creando una crisis alimentaria y donde un minúsculo porcentaje de la población vive en la opulencia mientras una mayoría sufre los efectos de la miseria; desnutrición, analfabetismo, desempleo, enfermedades y violencia social.
No era necesaria la furia de la naturaleza para que los haitianos ejercieran la violencia por falta de víveres, es más, entre paisanos había crueles asesinatos en plena vía pública para luego incinerar los restos y practicar la antropofagia en medio de la indiferencia de una población que deambulaba por las calles sin nada que dejar y nada que esperar.
No hacía falta la desorganización local e internacional para que los haitianos recurrieran al consumo de la “pica” que es una galleta hecha de barro, manteca y sal que no nutre pero que palia el hambre y para colmo enferma y por si fuera poco todavía tiene valor comercial que, antes del terremoto, era aproximadamente del equivalente de 25 centavos cada una. Tampoco tenía que ocurrir este cataclismo para que las pandillas armadas salieran a despojar a las personas de lo elemental.
Pero si este panorama ya parecía desalentador aún hay más torpeza y estupidez humana, ya no se diga de los haitianos, sino de los “sensibles” líderes mundiales que vieron el problema de violencia e ingobernabilidad de esa nación caribeña y decidieron tomar parte activa para dejar las cosas tal y como ya estaban.
Así es, la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití denominada por sus siglas MINUSTAH o mejor conocida por los haitianos como TURISTAH, se conformó mediante la resolución 1542 del Consejo de Seguridad de la ONU el 30 de abril de 2004 como una Operación de Mantenimiento de la Paz (OMP) y así superar los problemas derivados del golpe de Estado de 1991 y la crisis social de 2004 y que, a la vista de los saldos del terremoto, ha sido un rotundo fracaso y viene a confirmar lo que ya algunos investigadores de las OMP’s y críticos de la ONU, desprestigiados por cierto, afirmaban: “Las OMP’s son un instrumento de legitimación de los intereses imperialistas, con el aval del títere que es el Secretario General en turno de la Organización de las Naciones Unidas”
Se tiene bien documentado por especialistas de la Universidad de Bradford, Inglaterra, que la intervención de los cascos azules de la ONU en Haití vino a perturbar más las condiciones de vida que lo que se podría esperar de una fuerza de pacificación; se tiene información precisa de la colusión entre los líderes de las pandillas de la localidad de Cité du Soleil y los efectivos de la fuerza multinacional para ejercer impunemente la prostitución, el tráfico de drogas, armas y personas y las agresiones sexuales.
Bajo estas condiciones resulta imposible tener éxito en la verdadera estabilización de Haití, cierto es que bajo el mandato de la ONU en ese país disminuyó la violencia pero, a decir de los estudiosos del tema, esto obedece más a la protección de los intereses criminales que a un verdadero abatimiento de las condiciones de incertidumbre en aquella nación caribeña.
Dado lo anterior resulta que MINUSTAH es un categórico fiasco y la prueba patente es que si en verdad se había alcanzado un nivel de estabilización y de organización social que sólo esperaba un proceso de consolidación institucional, según del informe del Secretario General de Naciones Unidas en octubre de 2009, lo cierto es que tras la eventualidad quedó de manifiesto que nunca hubo un Estado con autoridad reconocida que tuviera, ya no se diga los recursos, al menos la capacidad suficiente de organizar y coordinar a los cuerpos de emergencia locales e internacionales que le dieran sentido de oportunidad a las tareas de rescate y reconstrucción.
Ante este panorama resulta, por lo menos ingenua, la pretensión de la Senadora Adriana González Carrillo de que México participara en la Misión de Estabilización en Haití que podría poner en entredicho la solvencia moral de las fuerzas armadas mexicanas precisamente cuando el ejército mexicano se encuentra en una lucha contra el tráfico de drogas.
Nuevamente, al igual que en 1915 y bajo el pretexto de la inestabilidad política y la inseguridad, Estados Unidos envía un gran contingente militar a Haití que ha mantenido control sobre las operaciones internacionales de rescate y salvamento, con la complacencia de la ONU que ha privilegiado la conservación de la autoridad por encima de ese impulso humano que dicta ir a salvar vidas a como dé lugar. La ONU dispuso el fin de la fase de rescate de víctimas a sabiendas de que aún hay sobrevivientes bajo los escombros porque tiene la urgencia de reconstruir Haití ante la presencia exigente de contratistas estadounidenses que ya se aprestan a hacer negocios a costa del sufrimiento de los haitianos.
Estados Unidos ya tuvo su oportunidad desde 1915 y hasta 1934 y simplemente no logró la estabilidad de Haití, lo volvieron a intentar desde 1991 y hasta el día de hoy con pésimos resultados, pero no ceja en su intento de controlar ese país. ¿No será que está tratando de poner un frente oriental sobre Cuba para rodearlo y en su oportunidad cerrar la pinza contra el régimen de los Castro? Como que suena más a geopolítica que a asistencia humanitaria.
Por lo visto los intereses, el egoísmo y el enanismo mental de los poderosos se ponen de manifiesto y se usa como pretexto la desgracia de un pueblo débil y pobre que más que supuestas ayudas estériles lo que necesita es una simple oportunidad de hallarse a sí mismo y encontrar su camino.
Por favor, queremos escuchar una música de esperanza.
Siempre ubiqué la imagen que me evoca esa obra en las ruinas de la Europa de 1945 totalmente devastada, arruinada hasta sus cimientos, calcinada, con sus hombres y mujeres deambulando por las calles sin esperanza ni mañana, tan sólo viviendo por vivir.
Pero a raíz del brutal cataclismo de Haití me he visto obligado a cambiar mis referentes sobre la imagen que me evoca esa obra y otro significado sobre la devastación total y la desesperanza absoluta. El desastre haitiano es el calamitoso efecto del estremecimiento de la tierra desde sus entrañas, pero su catástrofe humana es el ominoso resultado de la estulticia y el egoísmo de los hombres.
En efecto, el terremoto del 12 de enero de 2010 quizá haya sido una eventualidad providencial para poner frente a los ojos del mundo entero una crisis humanitaria que ya estaba presente desde hace muchos años y que ni los haitianos ni los “estadistas” y sus geniales ideas multinacionales pudieron o quisieron resolver.
Haití es la muestra histórica de la explotación irracional que desde el Saint Domingue de los Franceses, hasta nuestros días se hace patente. Los colonizadores franceses y su política esclavista y opresora detonaron una de las más tempranas y violentas luchas independentistas en el continente americano, pero esa lucha no hizo una nación mejor, el virus de la intolerancia y el egoísmo ya estaba inoculado en las mitocondrias sociales del naciente Haití que se vio reflejado en un país dividido entre la monarquía y la república coexistentes, continuas revueltas, deposiciones y golpes de Estado hasta que en 1914 fue invadido por los Estados Unidos bajo los mismos pretextos que ahora se enarbolan para ocuparlo de nuevo.
Haití es el país de la inestabilidad política provocada por el egoísmo humano, con tantos gobernantes como años tiene una década y con una espantosa falta de reconocimiento y de legitimidad de las autoridades. También es el país de la rapacidad, en donde la desordenada economía agrícola desertificó al territorio creando una crisis alimentaria y donde un minúsculo porcentaje de la población vive en la opulencia mientras una mayoría sufre los efectos de la miseria; desnutrición, analfabetismo, desempleo, enfermedades y violencia social.
No era necesaria la furia de la naturaleza para que los haitianos ejercieran la violencia por falta de víveres, es más, entre paisanos había crueles asesinatos en plena vía pública para luego incinerar los restos y practicar la antropofagia en medio de la indiferencia de una población que deambulaba por las calles sin nada que dejar y nada que esperar.
No hacía falta la desorganización local e internacional para que los haitianos recurrieran al consumo de la “pica” que es una galleta hecha de barro, manteca y sal que no nutre pero que palia el hambre y para colmo enferma y por si fuera poco todavía tiene valor comercial que, antes del terremoto, era aproximadamente del equivalente de 25 centavos cada una. Tampoco tenía que ocurrir este cataclismo para que las pandillas armadas salieran a despojar a las personas de lo elemental.
Pero si este panorama ya parecía desalentador aún hay más torpeza y estupidez humana, ya no se diga de los haitianos, sino de los “sensibles” líderes mundiales que vieron el problema de violencia e ingobernabilidad de esa nación caribeña y decidieron tomar parte activa para dejar las cosas tal y como ya estaban.
Así es, la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití denominada por sus siglas MINUSTAH o mejor conocida por los haitianos como TURISTAH, se conformó mediante la resolución 1542 del Consejo de Seguridad de la ONU el 30 de abril de 2004 como una Operación de Mantenimiento de la Paz (OMP) y así superar los problemas derivados del golpe de Estado de 1991 y la crisis social de 2004 y que, a la vista de los saldos del terremoto, ha sido un rotundo fracaso y viene a confirmar lo que ya algunos investigadores de las OMP’s y críticos de la ONU, desprestigiados por cierto, afirmaban: “Las OMP’s son un instrumento de legitimación de los intereses imperialistas, con el aval del títere que es el Secretario General en turno de la Organización de las Naciones Unidas”
Se tiene bien documentado por especialistas de la Universidad de Bradford, Inglaterra, que la intervención de los cascos azules de la ONU en Haití vino a perturbar más las condiciones de vida que lo que se podría esperar de una fuerza de pacificación; se tiene información precisa de la colusión entre los líderes de las pandillas de la localidad de Cité du Soleil y los efectivos de la fuerza multinacional para ejercer impunemente la prostitución, el tráfico de drogas, armas y personas y las agresiones sexuales.
Bajo estas condiciones resulta imposible tener éxito en la verdadera estabilización de Haití, cierto es que bajo el mandato de la ONU en ese país disminuyó la violencia pero, a decir de los estudiosos del tema, esto obedece más a la protección de los intereses criminales que a un verdadero abatimiento de las condiciones de incertidumbre en aquella nación caribeña.
Dado lo anterior resulta que MINUSTAH es un categórico fiasco y la prueba patente es que si en verdad se había alcanzado un nivel de estabilización y de organización social que sólo esperaba un proceso de consolidación institucional, según del informe del Secretario General de Naciones Unidas en octubre de 2009, lo cierto es que tras la eventualidad quedó de manifiesto que nunca hubo un Estado con autoridad reconocida que tuviera, ya no se diga los recursos, al menos la capacidad suficiente de organizar y coordinar a los cuerpos de emergencia locales e internacionales que le dieran sentido de oportunidad a las tareas de rescate y reconstrucción.
Ante este panorama resulta, por lo menos ingenua, la pretensión de la Senadora Adriana González Carrillo de que México participara en la Misión de Estabilización en Haití que podría poner en entredicho la solvencia moral de las fuerzas armadas mexicanas precisamente cuando el ejército mexicano se encuentra en una lucha contra el tráfico de drogas.
Nuevamente, al igual que en 1915 y bajo el pretexto de la inestabilidad política y la inseguridad, Estados Unidos envía un gran contingente militar a Haití que ha mantenido control sobre las operaciones internacionales de rescate y salvamento, con la complacencia de la ONU que ha privilegiado la conservación de la autoridad por encima de ese impulso humano que dicta ir a salvar vidas a como dé lugar. La ONU dispuso el fin de la fase de rescate de víctimas a sabiendas de que aún hay sobrevivientes bajo los escombros porque tiene la urgencia de reconstruir Haití ante la presencia exigente de contratistas estadounidenses que ya se aprestan a hacer negocios a costa del sufrimiento de los haitianos.
Estados Unidos ya tuvo su oportunidad desde 1915 y hasta 1934 y simplemente no logró la estabilidad de Haití, lo volvieron a intentar desde 1991 y hasta el día de hoy con pésimos resultados, pero no ceja en su intento de controlar ese país. ¿No será que está tratando de poner un frente oriental sobre Cuba para rodearlo y en su oportunidad cerrar la pinza contra el régimen de los Castro? Como que suena más a geopolítica que a asistencia humanitaria.
Por lo visto los intereses, el egoísmo y el enanismo mental de los poderosos se ponen de manifiesto y se usa como pretexto la desgracia de un pueblo débil y pobre que más que supuestas ayudas estériles lo que necesita es una simple oportunidad de hallarse a sí mismo y encontrar su camino.
Por favor, queremos escuchar una música de esperanza.