La naturaleza humana se caracteriza por la competencia como medio de supervivencia humana en un entorno de escasez de bienes, ello explica la recolección, la cacería, la agricultura, la guerra y la posesión.
Siempre los más aptos acumulan más bienes y tienen ventajas de supervivencia con respecto a otros individuos o grupos humanos; hasta aquí la naturaleza humana.
Sin embargo, su perversión es cuando se transita de la competencia a la acumulación de los bienes que nunca se habrán de consumir, con el objeto de establecer el control sobre sus semejantes, entiéndase el Poder.
El poder se ejerce cuando el excedente se intercambia por bienes que posee otro individuo que necesita, a como dé lugar, el bien original ya acaparado y está dispuesto a dar lo que sea para acceder a él.
Si bien, esto pareciera historia antigua de la economía, la cruel realidad es que se trata de la fotografía instantánea que se puede tomar de la actual crisis financiera y económica mundial.
La perversión acumulativa de los grandes agentes económicos mundiales en detrimento de otros agentes económicos y de inmensas capas de la población mundial, han creado la desconfianza del verdadero motor de la economía; la población que produce.
Así como fracasó el comunismo por la perversa idea de que el gobierno era el único facultado para acaparar la riqueza de una nación para “distribuirla” equitativamente; el capitalismo ha entrado en una severa crisis por la perversa idea de que los libres agentes económicos tienen el derecho de acumular la riqueza, sin controles, para generar mayor riqueza. El problema no está en el pensamiento económico, sino en los vicios humanos vertidos sobre las ideas.
La pregunta que me surge es: ¿Para qué diablos quiere un sujeto como Bernard Madoff cincuenta mil millones de dólares, qué puede hacer con tanto dinero obtenido de manera fraudulenta?
Hagamos una simple operación aritmética para entender el grado de enajenación y estupidez que el hombre puede alcanzar para tener pretensiones acumulativas de esa naturaleza.
Suponiendo que un individuo, para vivir muy dignamente, tuviera a su disposición mil dólares diarios para gastarlos, y recalco gastarlos, en lo que sea durante toda su vida, la suma nos arroja la cantidad de $32,850,000 dólares si consideramos un promedio de vida de 90 años.
Si Madoff pretendiera gastarse ese dinero, a razón de mil dólares diarios, debería llegar a más de 100 mil años de vida; las matemáticas no dan.
Cuál es el afán enfermizo de un gran capitalista por acumular un dinero que nunca se podrá acabar ni él ni toda su descendencia en miles de años.
Y el caso Madoff no es el único, así pues, hay unos cuantos multimillonarios en el mundo que nunca se van a acabar la riqueza que han acumulado, mientras que hay 1,300 millones de pobres en el mundo a los que se les podría dar dos mil quinientos dólares a cada uno para que los haga crecer y no afectaría la riqueza de los grandes agentes económicos mundiales.
El principio del crédito está en su nombre, credere es creer en el compromiso de pago de una persona que hoy no puede pagar y en base a ello se construyó el emporio económico que hoy se está tambaleando como un gigante con pies de barro.
Cuando los promotores de la certidumbre financiera traicionaron a la población, que en realidad sostiene a la economía y transfiere la riqueza de abajo hacia arriba, perdieron algo más valioso que los millones y millones de dólares, se ha perdido toda posibilidad de volver a creer en el dinero futuro, todo se requerirá al contado, cosa que ni los más grandes potentados pueden garantizar.
El Presidente de Francia propone moralizar la economía, pero si pensamos en la etimología de lo moral, estamos aludiendo a la costumbre, y francamente las costumbres económicas de todo tiempo han resultado altamente deshumanizantes.
Cuando se habla de generación de fuentes de empleo, apelo a Pier Luigi Zampetti y traduciría el término en “fuentes de utilización”, porque no se trata de dar una oportunidad productiva a los individuos, sino de contratar mano de obra temporal y barata para asegurar la liquidez para el consumo; se trata de crear fuentes de trabajo con todo su valor intrínseco, porque tal pareciera que el trabajo ya no vale nada, sino el dinero que se pueda producir, sin importar que este provenga de fraudes, despojos, tráfico de armas, drogas, personas, guerras y demás conductas que nos alejan cada vez más de lo humano y lo humanista, y que han hecho de la economía -basada en capitales- la más estúpida idea de todos los tiempos, reflejo de la estrechez intelectual en que ha caído la humanidad.
Lo primero que hay que hacer para reconfigurar los paradigmas económicos es la innovación sin renunciar a los principios, es decir, el principio de la economía es el intercambio de bienes o servicios, y el principio de la revolución industrial es aumentar la producción sin afectar la calidad de vida del obrero.
Algo debe haber en la historia del comercio que lo ha mantenido con vida desde que el hombre es hombre y esta actividad no desaparecerá aunque se destruya el actual modelo económico.
Quizá el trueque de bienes con valor intrínseco a nivel macroeconómico rescate las ambiciones locales de acumulación del papel moneda que genera disparidades en las ciudades y los países.
Quizá sea necesario poner un tope a la acumulación de capitales líquidos para evitar ambiciones desmedidas y para distribuir la riqueza excedente en segmentos menos favorecidos, con la promesa del beneficiado de que también generará riqueza y no pretenderá vivir a expensas de otros por siempre.
Quizá sea necesario dejar que se termine de derrumbar el actual modelo económico para –como la Europa de la posguerra- contemplando las ruinas, la muerte y la destrucción, se nos ocurran ideas más justas y podamos resurgir como el ave fénix de nuestras propias cenizas y miserias.
Tal vez lo que necesitamos sea un modelo propio, resultado híbrido de los modelos existentes, o uno totalmente novedoso, que sea compatible con los ideales de nuestra idiosincrasia y valores sociales, sin interferencia de modelos exógenos y que pueda satisfacer las necesidades de generación de riqueza, trabajo bien remunerado, vida digna y bienestar para toda la población.
Siempre los más aptos acumulan más bienes y tienen ventajas de supervivencia con respecto a otros individuos o grupos humanos; hasta aquí la naturaleza humana.
Sin embargo, su perversión es cuando se transita de la competencia a la acumulación de los bienes que nunca se habrán de consumir, con el objeto de establecer el control sobre sus semejantes, entiéndase el Poder.
El poder se ejerce cuando el excedente se intercambia por bienes que posee otro individuo que necesita, a como dé lugar, el bien original ya acaparado y está dispuesto a dar lo que sea para acceder a él.
Si bien, esto pareciera historia antigua de la economía, la cruel realidad es que se trata de la fotografía instantánea que se puede tomar de la actual crisis financiera y económica mundial.
La perversión acumulativa de los grandes agentes económicos mundiales en detrimento de otros agentes económicos y de inmensas capas de la población mundial, han creado la desconfianza del verdadero motor de la economía; la población que produce.
Así como fracasó el comunismo por la perversa idea de que el gobierno era el único facultado para acaparar la riqueza de una nación para “distribuirla” equitativamente; el capitalismo ha entrado en una severa crisis por la perversa idea de que los libres agentes económicos tienen el derecho de acumular la riqueza, sin controles, para generar mayor riqueza. El problema no está en el pensamiento económico, sino en los vicios humanos vertidos sobre las ideas.
La pregunta que me surge es: ¿Para qué diablos quiere un sujeto como Bernard Madoff cincuenta mil millones de dólares, qué puede hacer con tanto dinero obtenido de manera fraudulenta?
Hagamos una simple operación aritmética para entender el grado de enajenación y estupidez que el hombre puede alcanzar para tener pretensiones acumulativas de esa naturaleza.
Suponiendo que un individuo, para vivir muy dignamente, tuviera a su disposición mil dólares diarios para gastarlos, y recalco gastarlos, en lo que sea durante toda su vida, la suma nos arroja la cantidad de $32,850,000 dólares si consideramos un promedio de vida de 90 años.
Si Madoff pretendiera gastarse ese dinero, a razón de mil dólares diarios, debería llegar a más de 100 mil años de vida; las matemáticas no dan.
Cuál es el afán enfermizo de un gran capitalista por acumular un dinero que nunca se podrá acabar ni él ni toda su descendencia en miles de años.
Y el caso Madoff no es el único, así pues, hay unos cuantos multimillonarios en el mundo que nunca se van a acabar la riqueza que han acumulado, mientras que hay 1,300 millones de pobres en el mundo a los que se les podría dar dos mil quinientos dólares a cada uno para que los haga crecer y no afectaría la riqueza de los grandes agentes económicos mundiales.
El principio del crédito está en su nombre, credere es creer en el compromiso de pago de una persona que hoy no puede pagar y en base a ello se construyó el emporio económico que hoy se está tambaleando como un gigante con pies de barro.
Cuando los promotores de la certidumbre financiera traicionaron a la población, que en realidad sostiene a la economía y transfiere la riqueza de abajo hacia arriba, perdieron algo más valioso que los millones y millones de dólares, se ha perdido toda posibilidad de volver a creer en el dinero futuro, todo se requerirá al contado, cosa que ni los más grandes potentados pueden garantizar.
El Presidente de Francia propone moralizar la economía, pero si pensamos en la etimología de lo moral, estamos aludiendo a la costumbre, y francamente las costumbres económicas de todo tiempo han resultado altamente deshumanizantes.
Cuando se habla de generación de fuentes de empleo, apelo a Pier Luigi Zampetti y traduciría el término en “fuentes de utilización”, porque no se trata de dar una oportunidad productiva a los individuos, sino de contratar mano de obra temporal y barata para asegurar la liquidez para el consumo; se trata de crear fuentes de trabajo con todo su valor intrínseco, porque tal pareciera que el trabajo ya no vale nada, sino el dinero que se pueda producir, sin importar que este provenga de fraudes, despojos, tráfico de armas, drogas, personas, guerras y demás conductas que nos alejan cada vez más de lo humano y lo humanista, y que han hecho de la economía -basada en capitales- la más estúpida idea de todos los tiempos, reflejo de la estrechez intelectual en que ha caído la humanidad.
Lo primero que hay que hacer para reconfigurar los paradigmas económicos es la innovación sin renunciar a los principios, es decir, el principio de la economía es el intercambio de bienes o servicios, y el principio de la revolución industrial es aumentar la producción sin afectar la calidad de vida del obrero.
Algo debe haber en la historia del comercio que lo ha mantenido con vida desde que el hombre es hombre y esta actividad no desaparecerá aunque se destruya el actual modelo económico.
Quizá el trueque de bienes con valor intrínseco a nivel macroeconómico rescate las ambiciones locales de acumulación del papel moneda que genera disparidades en las ciudades y los países.
Quizá sea necesario poner un tope a la acumulación de capitales líquidos para evitar ambiciones desmedidas y para distribuir la riqueza excedente en segmentos menos favorecidos, con la promesa del beneficiado de que también generará riqueza y no pretenderá vivir a expensas de otros por siempre.
Quizá sea necesario dejar que se termine de derrumbar el actual modelo económico para –como la Europa de la posguerra- contemplando las ruinas, la muerte y la destrucción, se nos ocurran ideas más justas y podamos resurgir como el ave fénix de nuestras propias cenizas y miserias.
Tal vez lo que necesitamos sea un modelo propio, resultado híbrido de los modelos existentes, o uno totalmente novedoso, que sea compatible con los ideales de nuestra idiosincrasia y valores sociales, sin interferencia de modelos exógenos y que pueda satisfacer las necesidades de generación de riqueza, trabajo bien remunerado, vida digna y bienestar para toda la población.
Ya es justo ¿No lo cree usted así?