lunes, 8 de marzo de 2010

México, la otra Barataria


Quise que ésta fuera la colaboración más breve, elocuente y contundente que podría hacer, pero la indignación me he obligado a hacer un análisis más extenso del escenario político mexicano. Por lo que van ambas.

Sentencia el Quijote en los consejos que dio a Sancho Panza:

“[…] que si mal gobernares, tuya será la culpa y mía la vergüenza […]”

Hasta aquí la colaboración y a continuación el análisis.

La tradición ubica al Quijote como el hombre culto, caballero andante que no puede prescindir de un escudero y al Sancho como el pueblo llano que, más que cultura, hace gala de la sabiduría popular y armado de refranes y de experiencias es capaz incluso de superar cualquier adversidad.

Por ello resulta ominosa, por decir lo menos, la ineptitud del aparato de gobierno en México y su total falta de oficio que raya en la grosera estulticia. Categóricamente no se puede admitir que una camarilla de “eminencias académicas” haya resultado ser una runfla de palurdos improvisados que, fácilmente, podrían ser superados en las artes del gobierno por un hombre de “[…] muy poca sal en la mollera” como se decía del labrador que Cervantes concibió.

Cuando un Ministro -y recalco la investidura para que no se confunda con el término oficial de Secretario o mandadero- cuando un Ministro de la política interna de un gobierno se comporta como todo, menos como un político que hace la representación del universo de lo público, la cosa ya va por muy mal camino.

Ahora resulta que los hombres públicos tienen el legítimo derecho a ser estúpidos y a hundir a su país si primero cumplen con el nobilísimo requisito de no ser deshonestos ni mentirosos. Si ese ministro, para protegerse en su arrogante visión de sí mismo y poner a salvo la interlocución con un actor de la oposición, pone en riesgo la interlocución con el resto de la oposición, con su propio partido, con su jefe y con su país, debe renunciar de inmediato porque simplemente no sirve, es torpe y obtuso para la política.

Y cuando pone en riesgo la interlocución con el que era su partido al renunciar a éste, dejando pistas y despertando suspicacias sobre presuntos acuerdos que atentan contra la democracia electoral, le saldría barato que lo echen de patitas en la calle.

Más grave resulta aún que, ante la suspicacia, el líder del que era su partido ponga en evidencia su conducta política pueril y, con una moral contraria a la del ministro, mienta de manera consuetudinaria primero para negar y luego para retractarse y hasta evidenciar una negociación turbia como si tuviera carta abierta para justificarse y hacer estupideces en nombre y en contra de México y peor, con la ingenua esperanza de que la población vote por su partido.

Por eso y sólo por eso, ese líder de partido debería largarse hasta del país. Con qué cara va a acudir a los mexicanos para convencerles de que su partido es una buena opción de gobierno.

Lo que el imberbe líder ha hecho es que la sociedad ubique al partido rival como astuto, igual de tramposo, pero no lo suficientemente idiota como para hacer desfiguros de cara a la nación. Ahora el PRI es el partido de los políticos cochinos pero listos y con eso basta al mexicano porque entre los listos y los tarados, al no haber opciones, nos quedamos con los listos, por muy ladrones que sean. Esa no debe ser la alternativa de México, ya nos vamos mereciendo un país sin priístas ni panistas o perredistas impunes, falsos y cobardes.

Y lo inverosímil, que el Presidente no estaba enterado ni de lo que hacía su ministro, ni de lo que pasaba en el partido de sus desvelos. Esa no se la cree ni un enfermo en estado de coma, porque si nos lo creemos, entonces resulta que tenemos un presidente autista, ignorante, alejado de lo que pasa en su país y sus relaciones políticas.

Qué le será peor a Calderón, pasar a la historia como un hombre pragmático y tramposo al que se le cayó el teatrito o como un hombre desinformado al que todos ignoran y actúan a sus espaldas.

Ahora los mexicanos somos el Quijote y los gobernantes son el fallido Sancho Panza, la culpa es de ellos y la vergüenza es nuestra. Los elegimos.