lunes, 19 de enero de 2009

El fantasma totalitario



Barack Obama, el nuevo presidente de los Estados Unidos de América, ya ha pasado a la historia universal por el significado de su investidura en los tiempos en que se agolpan apresuradamente los nuevos paradigmas.

Sin embargo, veo con preocupación que los hechos parecieran más responder a una reacción desesperada, que a una transformación de las conciencias; el Estados Unidos del final de la primera década del Siglo XXI, tiene más las características de un país en vías de desarrollo que las de una gran potencia mundial.

Crisis política, crisis de valores sociales, supresión de libertades, crisis alimentaria, cierre de fronteras, una clase política devaluada y la más severa crisis económica y financiera de que se tenga memoria; hacen pensar en que nos referimos a una de las llamadas “repúblicas bananeras” y no a la más grande potencia del Siglo XX.

Especulando sobre las cavilaciones que los electores americanos habrán hecho para hacer triunfar al Senador por Illinois y no al de Arizona, se me antojan más al fruto de la decadencia del imperio y la necesidad de encontrar referentes simbólicos que signifiquen “algo nuevo”

De ser cierta la especulación, Obama encaja perfectamente en las coordenadas y, por lo tanto, renueva la esperanza del pueblo estadounidense, pero también crea expectativas demasiado elevadas, que si no se satisfacen, terminarán por destruir la confianza ciudadana; además de que, no hay que olvidar que el nuevo Presidente es negro y con apellido islámico, apenas y pretexto ideal para que los puristas y racistas americanos, que tanta influencia ideológica tienen en toda la nación, le ataquen constantemente.

Ahora no me preocupa tanto que los grupos racistas de los Estados Unidos pretendan atentar contra la vida del Presidente Obama pero, qué pasaría si, a pesar de sus buenos oficios y su excelente equipo de colaboradores, no se pudiera recuperar la confianza financiera y la economía estadounidense cayera en una espiral irrefrenable.

Los grupos racistas de Estados Unidos aprovecharían la coyuntura, no para denunciar a los tramposos en el juego económico que afectaron la confianza, sino para señalar –con dedo flamígero- una cierta incapacidad intelectual de todo lo que signifique una minoría racial o étnica, para gobernar y administrar a la nación más influyente del planeta.

De suceder esta fatídica observación, estaríamos en peligro de que el fantasma totalitario, que asoló a la Europa de la primera mitad del Siglo XX, se aparezca en nuestro continente para reavivar la justificación de movimientos tan deleznables como el fascismo y el nazismo.

Esas historias ya las vivió la humanidad, y estamos a tiempo de evitarlas, tenemos que empujar la transformación de las sociedades desde su cuarto de máquinas –el pueblo- porque en realidad, los gobiernos solo son los notarios certificados, para dar fe pública de lo que sus naciones hacen a lo largo del tiempo.

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